Imagen de don Aurelio Díaz Meza, en sus años trabajando ya en Santiago (Fuente imagen: "Leyendas y episodios chilenos" de Ed. Talcahuano, 1970).
El 13 de abril de 1879, recién comenzando la Guerra del Pacífico, nació en Talca uno de los más grandes periodistas y escritores nacionales: Aurelio Díaz Meza, recordado también como un talentoso dramaturgo e investigador histórico, amante profundo de Chile, que dedicara al país tratados largos y abundantes de narración convertida en homenaje y poesía solemne en la prosa. La intelectualidad y las artes escénicas encontrarían un magnífico exponente y punto de unidad entre ambas, encarnados en su persona.
El talento periodístico de don Aurelio era algo innato. De temprana formación humanística, a los 15 años ya era redactor en el diario “La Libertad” de su ciudad natal, en donde se inició en estas disciplinas antes de viajar a Santiago cinco años después para trabajar en varios de los periódicos más grandes y de mayor tiraje. En este activo quehacer, fue reportero de “El Chileno”, “El Provenir”, “La Nueva República”, “La Tarde”, “El Imparcial”, “La Nación”, y “El Mercurio”, entre otros medios, por lo que su pluma deslizó tinta en las principales casas periodísticas de la capital de entonces, llegando a ser identificado como un personaje importante en la representación y actividad del gremio periodístico.
Como si acaso fuera poco todo aquello, Díaz Meza también asumió como director de la revista “Sucesos” durante ese largo y fértil período, mientras que en “Las Últimas Noticias” escribió con el pseudónimo de Fray Melchor. Desde allí proclamó, tiempo después, una ardua campaña a favor de la candidatura arzobispal de Crescente Errázuriz, otro amante de la historia, miembro de la Academia Chilena de la Lengua y consagrado historiador eclesiástico.
Pero sucedía que Díaz Meza era, también, un hombre muy conectado con la cultura popular chilena, algo distante de la intelectualidad más cristalizada, hermética e inaccesible. Mariano Latorre lo definía, por estas razones y por lo que fue capaz de producir, como “la figura más interesante, por su observación de la realidad y de la vida chilena”. De la Vega, por su lado, diría que tal como él mismo hacía entonces, Aurelio concurría regularmente en su juventud al Teatro Trianon Palace en Estado con Huérfanos, en las espaldas de la Galería Beeche con sus famosos clubes como el Salón Centenario, hasta donde llegaron también las tiendas Gath & Chaves ocupando los pisos altos. Su interés en las expresiones escénicas se abonó desde temprano, entonces.
Posiblemente, aquellas aventuras en viejas salas teatrales motivaron la parte íntima del periodista: la orientada a llevar la creación también al mundo del espectáculo y las candilejas. Tal semilla productiva que alojaba en sus talentos, de esta manera, le permitió incursionar en áreas escenográficas consideradas como manifestaciones artísticas menos refinadas y más propias de la plebe, por aquel entonces, escribiendo así zarzuelas, operetas, comedias y sainetes.
De esa manera, para 1905 o 1906, ya había comenzado a incursionar en la dramaturgia, paralelamente al oficio periodístico. Lo hizo tanto en el rol de autor como de empresario teatral. El mismo pequeño Teatro Palace de sus entretenciones adolescentes, fue el de algunos de sus primeros estrenos de obras.
Poco después, en enero de 1907, el aún joven Aurelio fue enviado a la Araucanía por el “Diario Ilustrado”, para servir como corresponsal sobre la vida indígena y del Parlamento de Coz Coz realizado en Panguipulli. La experiencia con el mundo araucano fue casi sublime: además de permitirle una valoración bastante especial del pueblo mapuche, lo aprendido y asimilado allí se reflejará en su forma de relatar la historia chilena, sirviéndole de inspiración y testimonio para el ensayo titulado “El parlamento de Coz Coz” que, si bien permaneció olvidado por la cultura oficial durante décadas, durmiendo sobre la paz de la postergación, fue republicado en años recientes por grupos de activismo indigenista. En él retrataba las dificultades de la vida de aquella comunidad, con los abusos, vejaciones y despojos pero también evitando idealizaciones o hipérboles, considerando así los conflictos dentro de los propios indígenas, sus rencillas internas e incapacidades de aunar intereses entre los mismos.
Dado el valor que cobró para el autor la presencia del elemento autóctono en la historia de Chile, a pesar de su admiración por la epopeya de Pedro de Valdivia y los demás conquistadores, lo colocó en un nivel tan protagónico como el del español en la formación de la identidad nacional, sintonizándose en parte con la visión propugnada por Nicolás Palacios y otros autores parecidos. El periodista tuvo una evidente influencia de esa cultura sobre su propia persona y sus trabajos, incluidos los teatrales. Hasta fue retratado en algunas caricaturas de época usando prendas propias de indígenas, cosa que debió haber sido de su agrado, podemos sospechar.
Cabe observar que aquellos trabajos de Díaz Meza están, junto a los montados por empresarios de espectáculos como Carlos Cariola, Rogel Retes y Enrique Venturino, entre las primeras muestras de teatro moderno chileno del siglo XX. Más aún, se lo considera también parte de una lisonjeada gran generación de dramaturgos y críticos de teatro, con pioneros como Isidora Aguirre, Fernando Cuadra, María Asunción Requena, Lautaro García, Fernando Debesa y Egon Wolff.
Entre las zarzuelas de su autoría con temática mapuche, destacó una titulada “Rucacahuiñ”, de la que fue también director. Contaba con la música del maestro compositor Alberto García Guerrero, crítico musical de "El Diario Ilustrado", y permaneció largo tiempo en cartelera, para sorpresa de los críticos más exigentes y alérgicos a las novedades de gusto menos nobiliario. La obra abordaba, como trasfondo, los conflictos de las comunidades araucanas que había testimoniado antes, particularmente por las disputas por la tierra y las confrontaciones entre los mismos grupos. Latorre se refiere a ella de la siguiente manera:
Ahí está el indio perseguido y el huinca malvado y como una concesión al tenor cómico de la compañía, un rotito diablo, Chávez, actúa entre los mapuches como en un conventillo de Santiago. Pero el cuadro costumbrista está bien delineado y los chamales y chiripás de los mapuches y, sobre todo, la música de García Guerrero, inspirada en aires araucanos le dan a la obra extraordinario sentido teatral.
También tuvo una acogida enorme su sainete “Martes, jueves y sábado”, reconocido como otra de sus mejores obras; y fue ovacionado por la presentación del drama “Bajo la selva”, de 1914, un guión histórico por el que fue congratulado con la medalla de oro del Consejo Superior de Letras, aunque nunca pudo estrenarlo. Estaba inspirado en la aventura de un conquistador y una india perdidamente enamorados en medio de la adversidad de su tiempo, una figura arquetípica de amor dificultoso y trágico que se ha repetido mucho en el legendario americano, incluido el folclore de la fiesta de La Tirana en El Tamarugal. Y aunque otras de sus obras fueron llevadas al radioteatro con buena acogida, ciertas presentaciones suyas concebidas para las tablas no dejaron demasiada huella ni mostraron dones de trascendencia histórica, tal vez por apartarse de los temas chilenos que mayor atracción de público y que más buena crítica reportaban al autor, en los que continuó trabajando por algunos de los años siguientes.
Continuando con su racha, la compañía teatral de Manuel Díaz de la Haza pudo estrenar con éxito otra obra de Díaz Meza, titulada “El tío Ramiro”. Y volvería a cortar laureles con “Flores del Campo”, también de ambientación campesina clásica y encantadora. Continúa Latorre refiriéndose a este buen período:
Díaz Meza no era sólo un autor de comedias. Había en él un antiguo empresario, un animador entusiasta de espectáculos y así lo vemos, con sus bigotes de chino y su voz cascada, gestionando la formación de una compañía chilena, con la ayuda de la “Sociedad de Autores Teatrales de Chile”.
Obra campera de un acto, "Flores del Campo" dio grandes satisfacciones a la Compañía de Comedias y Sainetes del Departamento de Extensión Cultural, que la incluyó también en su obra "Maravillas" en 1936, durante la temporada de presentaciones en el Teatro Coliseo. La compañía estaba compuesta por figuras teatrales como Guillermo Carvallo, Alejandro Lira, Raquel Fuenzalida, Blanca Vargas y los hermanos Montero, entre otros.
Dedicado aún a aquellas actividades, en 1915 había descubierto y presentado ante el público chileno a la futura gran estrella dramática nacional, el gran actor Alejandro Flores, para incorporarlo a su compañía que hacía las presentaciones del Teatro Nacional, campo fructífero de zarzuelas españolas y de teatro popular. La influencia de los libretos, los diálogos fluidos y amenos, más la búsqueda permanente de la atención del espectador, ya se reflejaban también en su forma de escribir crónica y crear argumentos, cruzando y dando mutua nutrición a sus dos principales vocaciones profesionales puestas en práctica.
Ese mismo año, su educación humanista vuelve a manifestarse con fuerza pero de regreso al campo de las letras y la historia, puerto en donde siempre estuvo anclado su corazón. Comienza, entonces, una exhaustiva investigación que aún sigue sorprendiendo y que parte publicando en “El Mercurio” de Santiago. Su interés no era producir una recopilación de hechos al estilo de las hechas por Diego Barros Arana o Francisco A. Encina, sino más bien un trabajo de verdadera crónica nueva, que también sirviera de tributo al propio país. Hay claras influencias del género dramático en su forma de escribir y narrar, por cierto, en especial al hacer fluir diálogos y declaraciones de los personajes.
La serie de marras empezó como artículos y ensayos que cubrían distintos hitos y facetas de la vida nacional desde sus orígenes, en forma entretenida y bien documentada. Pone énfasis en la reconstrucción de parlamentos, contextos de cada momento e importancia de los personajes que son los actores de esa gran obra de teatro que es la historia nacional: frailes, conquistadores, escuderos, gobernadores, aventureros, amotinados, indígenas, etc. Habla tanto de autoridades como de hombres comunes y corrientes; de hechos fundamentales de la Colonia como de minucias de la vida en el floreciente Chile de entonces. Abarca en forma vertical y horizontal el relato, con sus orígenes y sus alcances, de un extremo a otro.
Caricatura de Aurelio Díaz Meza, con dedicatoria de 1914 de su ilustrador, Walter Barbier, quien trabajaba en las revistas “El Peneca” y Zig-Zag”. El dibujante, elogiado por Omer Emeth y Daniel de la Vega, había sido un hombre jorobado, con problemas físicos y postrado en una silla, pero enfrentó sus males con la creación gráfica. El estilo y los motivos de este y otros dibujos del autor se parecen mucho a los de su célebre tocayo, el pintor y diseñador francés George Barbier.
Caricatura de Díaz Meza firmada por Portero en 1917 (Fuente imagen: "Leyendas y episodios chilenos" de Ed. Talcahuano, 1970).
En 1921, Díaz Meza emigró con aquel monumental trabajo hasta el diario “La Nación”. Al entrar a la redacción se comprometió a publicar, especialmente los domingos, ensayos de historia que abarcaban desde los inicios de la Colonia hasta los tiempos del ministro Diego Portales. Se gana con esto una sección propia en el tabloide: las “Crónicas de Aurelio Díaz Meza”, que todavía tenía en 1931 y que conservó algunos años más antes de su muerte. Y fue tan importante su producción personal que, mientras seguía trabajando en “La Nación”, sería llamado también por el periódico “Los Tiempos” para publicar allí nuevas crónicas históricas bajo el epígrafe “Del tiempo antiguo” y con el pseudónimo de Sancho Garcés.
Habiendo acumulado un inmenso archivo de crónicas propias en estos formatos, había decidido reunir las principales de ellas en 1925 y presentarlas en volúmenes o tomos con el título genérico de “Leyendas y episodios chilenos”, decisión que lo consagró como uno de los más grandes exponentes de su tipo particular en las letras del país. No todos estuvieron de acuerdo con su decisión de dar tal nombre a tan extraordinario trabajo, sin embargo: Emilio Vaisse, bajo su conocido pseudónimo Omer Emeth, criticó con una intención positiva el título de “Leyendas y episodios chilenos”, declarando que era demasiado modesto y podría inducir a errores o hacer creer que se trataba de un trabajo ligero, cuando en realidad era un enorme ensayo histórico de incalculable valor cultural, narrativo y de buen respaldo documental.
El primer tomo de aquella obra magistral fue prologado por alguien a la altura: don José Toribio Medina, lo que da un respaldo de la seriedad y confianza, independientemente de las muchísimas observaciones que pudieran hacérsele desde ahora. Medina había observado de cerca la investigación acuciosa que le daba solidez, anotando en el prólogo del primer volumen (23 de julio de 1925):
...llegamos ya a saludar la aparición del libro que el lector tiene en sus manos y que su autor, don Aurelio Díaz Meza, ha intitulado, con razón, Crónicas de la Conquista, que importa una verdadera historia anecdótica en que, a la vez que se destacan las grandes figuras de la Conquista en detalles que nos permiten apreciar sus caracteres, las pasiones y propósitos que las animan, campean la relación bien ordenada y el diálogo chispeante, vigoroso y todo bien fundado, no en la mera fantasía sino en el dictados historiales que el autor ha sabido beber en fuentes documentales, para darles animación y vida propias. He sido de los primeros en estimular a su autor a que reuniera en ese volumen sus relatos, en la seguridad de que prestaría con ellos un verdadero servicio a la historia nacional, familiarizándonos con los primeros pobladores españoles de esta tierra y contribuyendo a que se despierte en ellos el amor al estudio de nuestra historia patria de la Conquista...
Reciba por ello mis felicitaciones quien de esta tan artística manera ha sabido sacarlos a escena y hago votos por que los próximos volúmenes de las Leyendas y episodios chilenos se mantengan a la altura de este primer tomo de las Crónicas de la Conquista.
En 1926, la serie histórica continuó con el volumen “En plena colonia”. El autor proseguiría preparando trabajos como “El advenimiento de Portales” y “La Quintrala y su época”, además su quehacer periodístico, crítico y corresponsal en los principales diarios de Santiago. Por su prestigio, además, el Gobierno de Chile lo escogió como colaborador oficial con un texto suyo para la introducción del libro de expositores chilenos para la Feria de Sevilla de 1929, apareciendo así en él su artículo titulado “La industria de Chile durante el coloniaje”.
Lamentablemente, los múltiples quehaceres excedían sus capacidades humanas, tan humanas: su dedicación completa a la crítica de teatro en los periódicos y la producción casi incesante de textos históricos para las editoriales, acabarían por alejarlo definitivamente de la pasión gestora de obras teatrales, en donde tanta reputación se había hecho también, sacrificando esa parte que dejó otro gran aporte para el período moderno de los espectáculos santiaguinos... No tenía opción: las demandas del trabajo al que estaba volcado, superaron todas las cualidades humanas, incluso las suyas, tan fructuosas y briosas.
Sin embargo, estaba decretado en alguna parte del destino que no alcanzaría a ver en imprentas a muchos de sus últimos trabajos: Aurelio Díaz Meza falleció de neumonía a las tres de la mañana del 19 de junio 1933, internado en el pensionado del Hospital de San Vicente. Su infatigable e hiperactivo carácter perduró hasta sólo unos días antes de caer hospitalizado, casi ad portas de la muerte. Con 54 años de edad, su partida estremeció a todo el ambiente periodístico, artístico, intelectual y académico. Y en su tumba, Alejando Flores lo recordó como un maestro:
Allá por el año 1915, cuando la embrujadora luz de las candilejas empezaba a guiñarnos amorosamente, fue Aurelio Díaz Meza quien nos sustrajo de la monótona vida del barrio para poner en nuestro entusiasmo moceril la ansiada perspectiva del triunfo. En efecto, llegó un día hasta mi casa de la Avenida Independencia y con la palabra sencilla y persuasiva, me convenció de que mi porvenir (que entonces se arrebujaba en una vieja capa española de poeta incipiente) estaba en el teatro.
En forma póstuma se publicó su obra sobre la Quintrala y los volúmenes “Patria Vieja” y “Patria Nueva”, quedando cerrada su secuencia histórica, fuente inagotable de información, anécdotas, aventuras y entretención que alimentan las investigaciones de posteriores busquillas de las crónicas nacionales. ♣
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