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LAS INMENSAS NOCHES DEL NEGRO TOBAR

 

Parte del personal del cabaret Zeppelin en 1938, en imagen publicada por "La Nación" a inicios de aquel año. El delgado señor de terno gris a la izquierda de la fotografía, de pie y manos en los bolsillos, es el famoso Negro Tobar.

Una valiosa e influyente generación de artistas y empresarios del espectáculo supo llevar la batuta en el ritmo de las correrías nictófilas en el medio siglo, con jornadas de presentaciones inolvidables en las candilejas chilenas. Sus huellas quedaron impresas en las principales salas que estaban en Santiago durante aquellas décadas, por el centro comercial, en barrio Mapocho, la “Broadway Santiaguina” de Huérfanos con Estado o en la popular calle San Diego y sus alrededores.

Entre todos ellos, Humberto Tobar González, apodado el Negro, se erigió -sin placas conmemorativas ni monumentos propios- como uno de los hombres más queridos y venerados en esa inmensidad de la vieja noche capitalina; de aquellas alegrías extintas del Santiago que nunca aburría. En cada sitio que apareciera su figura, imposible de pasar inadvertida, una corte de amigos saltaba espontáneamente de las sillas y corría a saludarlo con sincero cariño, disputándose el honor de que eligiera su mesa. Tobar era, pues, el príncipe soberano y máximo pontífice de la bohemia de entonces, de la última que existió realmente en la ciudad.

Cuando el Negro Tobar falleció muy solitariamente el 1 de marzo de 1984, sin embargo, el silencio de los medios resultó prácticamente total. Fue como si sus séquitos de camaradas y cómplices de la noche, esos que formaban cortejos a su paso y fanfarroneaban con ser tan cercanos al personaje, hubiesen desaparecido en un inexplicable vórtice y ya no existieran; o como si aquellas nuevas camadas de periodistas y hombres de comunicaciones, en general, desconocieran por completo la leyenda que tejiera este personaje, con el propio don de su prodigiosa existencia y creatividad en el mundo de la recreación popular.

¿Qué se escondía detrás de este nombre víctima de las tijeras del olvido, entonces, aparecido tímidamente en el obituario, apenas recordado por un puñado sobreviviente de sus grandes y fieles camaradas de los buenos años, como Osvaldo Rakatán Muñoz, Rafael Frontaura, Oreste Plath o Renato Mister Huifa González?

Pues se había olvidado la identidad de quien fuera reconocido por muchos, ni más ni menos, como el fundador de la verdadera entretención de trasnoche en Chile, la misma que sigue teniendo ecos en nuestra ciudad actual, especialmente del jueves al sábado, no bien cae el sol de cada día y comienzan a encenderse los baldaquines y capillas de bares, pubs o tascas… Frontaura, de hecho, ya había hecho una sentencia o síntesis digna de su lápida, mucho antes de la muerte del prócer: “Humberto Tobar ha sido, sin duda, uno de los sostenedores de esta institución que se llama La Noche Santiaguina”. A conclusiones similares había llegado Tito Mundt.

Inolvidable patrono sin parangón en los claros de luna, delgaducho y siempre reacio a las fotografías, pero consagrado a la más pura y verdadera bohemia de la ciudad y de los primeros emprendedores en su tipo, Tobar abrió paso a muchos otros que continuaron con estas actividades de diversión más moderna desprendida del espectáculo clásico criollo y de las antiguas quintas. Posteriores adalides de esta estirpe, desde el versátil José Padrino Aravena hasta el publicitario Miguel Negro Piñera son, de alguna manera, consecuencia de la simiente que dejó sembrada el famoso empresario Tobar y su generación, para esta colorida enredadera que sólo florece a la tenue luz de las estrellas y cierra con los resplandores de la aurora, cada jornada de fiestas, bares y carretes.

Como sucedía con muchos personajes del ambiente de entonces y otros posteriores, a Tobar lo apodaron cariñosamente como el Negro, sin serlo realmente. Amigo de importantes personalidades públicas, artistas internacionales y figuras populares, estuvo relacionado con algunos boliches de la calle Bandera llegando a Mapocho, aunque comenzó a destacar como dueño de un club mucho más célebre en el mismo “barrio chino”: el cabaret Zeppelin, primer negocio de su género en Santiago y, probablemente, en todo Chile. Tobar había comenzado en él como maitre, antes de adquirirlo y tomar el mando.

La vida de Tobar tuvo aspectos controversiales, como era frecuente en este medio. Hubo asuntos menos risibles de los que han hablado algunos autores, más otros lindantes en la leyenda. Su carácter un tanto arrebatado y temperamental, además, lo metió en problemas judiciales más de una vez. En otros años, también tuvo alguna clase de pleito cuando reemplazó a su personal de la orquesta del local con músicos esquiroles, hallándose su elenco estable en una huelga. Esto le acarreó algunos nuevos enfrentamientos con la justicia que debió sortear con su astucia, intentando salvar los negocios.

Como defensor natural de su gremio, sin embargo, Tobar también se había opuesto a los intentos de establecer restricciones al alcohol en 1938, cuando se discutió esto en el Congreso Nacional con gran apoyo de un sector de la ciudadanía, según todo indica. Los primeros castigos al medio nocturno apuntaron su cruzada hacia las patentes, con objeto de encarecerlas y hacerlas difíciles de conseguir. El entonces dueño del Zeppelin fue uno de los primeros en aparecer en la prensa reclamando contra las eventuales medidas, al recordar que el historial de este último local había sido impecable desde su fundación y que también hacía una contribución importante a los atractivos para el turismo en Santiago, fuera de la cantidad de trabajadores que dependía del mismo.

Además poseer establecimientos gloriosos de la diversión adulta,  como fue el famosísimo Tap Room en sus tres ubicaciones históricas, Tobar era un resuelto empresario de producciones y artistas, con infinidad de contactos. Uno de sus más aplaudidos aciertos fue la representación de la cantante lírica Rayen Quitral, con la que realizó una gira por el sur del país durante febrero de 1940, poco antes de que la soprano mapuche comenzara a internacionalizar su carrera. El repertorio de la artista incluyó canciones populares, romanzas de ópera, lieders y temas típicos. También fue productor de grupos folclóricos, incluyendo a Los Parralinos, cuyo nombre surgió de una propuesta suya, precisamente.

Caricatura del Negro Tobar en publicidad del Tap Room, en enero de 1960. Publicada en el periódico "Las Noticias de Última Hora".

Publicidad para el primer Tap Room de Humberto Tobar, en "El Mercurio", año 1940.

Publicidad para el cabaret y club Zeppelin en la revista "En Viaje" de FF.CC. del Estado, octubre de 1943, Santiago, Chile.

Publicidad para el tercer Tap Room estuvo en el Paseo Bulnes, en el diario "Las Noticias de Última Hora", de 1954. No era el único club de Bulnes (había otros como el King's Club del 457, en donde está ahora el sector extendido del Parque Almagro), pero fue -por lejos- el más importante del paseo.

Humberto Tobar, en una de las pocas imágenes que quedaron de él. Publicada en el diario "La Nación", en 1950.

Otra obra que le agradecerá por la eternidad misma esta ciudad a Tobar fue el propio show montado en el mejor período del Zeppelin. Si bien este cabaret había sido fundado en los años veinte, el modelo de recreación impreso por el Negro durante la época en que lo hace suyo y popularizado especialmente en las noches de los cincuenta, sería imitado por empresarios de la recreación todavía hasta nuestros días, engendrando así un carácter que ha perdurado a través de la línea evolutiva entre los negocios y el público. Incluso tuvo por socio al empresario de espectáculos Enrique Venturino durante este período en el Zeppelin, al menos por algunos años. Según Plath, el Negro entregó al boliche “la animación que sabía darle el empresario a los negocios de este tipo”, quedando para siempre ligado a su historia, a la vida festiva de Bandera y a la explosión bohemia de la ciudad. A los amigos de la casa, el querido y respetado personaje les hacía descuentos recordados como “fabulosos”, según Mister Huifa González.

Rakatán, recordando también las visitas allí en otras épocas, dice en sus memorias sobre las noches de Santiago: “Parece que de repente nos iba a salir al encuentro el rostro sonriente del Negro Tobar con su facha arrogante bueno para el garabato a la chilena y con su habitual gesto amistoso”. Y a pesar de que el local era un cabaret, al Negro no lo tentaban los negocios que él estimara de desenfreno y vulgaridad. También se recuerda que declaró categórico, una vez, que era mejor presentar mujeres en un traje elegante y sugerente que desnudas: “El strip-tease debe ser muy fino y aquí en Chile no hay elemento humano capacitado para hacerlo”, agregaba con su característica rudeza.

No son bombones ni romances para la mera adulación biográfica, entonces, los reconocimientos que sus contemporáneos hicieron para uno de los empresarios y comerciantes que configuraron la personalidad de la gran bohemia de entonces... Realmente, en el Zeppelin, en sus Tap Room o en donde quiera que Humberto Tobar anduviese dejando su estela de polvos dorados y oropeles, en donde fuera que estuviese presente aunque haya sido a la pasada, el ambiente de fiesta mezclado con algunas licencias se apoderaba de los presentes, como si fuese una especie de mago o genio componedor de ambientes, un Gandalf de la happy night. Nadie entre quienes lo conocieron se expresó de otra forma sobre él y su extraño halo de alegría alrededor.

En su trabajo “Una mirada hacia atrás”, Jorge Orellana Mora aporta otra descripción sobre el personaje y sus afamados negocios:

En la calle Bandera aparte de El Zeppelin y el American Bar, proliferaban toda suerte de pequeños bares y la venta callejera de pan recién amasado, castañas calientes y pequenes. En el Zeppelin comenzó su carrera nocturna un notable personaje, Humberto Tobar, el Negro Tobar. Era un hombre de físico bien formado, que caminaba con la cabeza alta, con un aire de seguridad y cierta soberbia. Su tarea consistía en corregir a los parroquianos ariscos o cargarse a los borrachos pendencieros hasta la calle. Eran los tiempos en que un famoso hampón el Cabro Eulalio, imponía su ley, la del más fuerte. Tal vez, nadie ha conocido la noche con todos sus recovecos como el Negro.

El mismo autor proporciona algunos detalles más íntimos sobre la vida de Tobar, aspectos que para muchos fueron realmente un misterio, dada la propia reserva en que el protagonista los mantenía:

Nunca pude convencerlo para que se sentara frente a una grabadora y me fuera contando sobre la noche santiaguina en los muchísimos años en que él había sido una personalidad inconfundible. Pero, este hombre con la apariencia de duro -necesaria para la noche- tenía a flor de piel una modestia notable y escondida en sus modos una ternura increíble. En una oportunidad, lo acompañé a su departamento de la Avenida Bulnes y vi cómo tomaba en sus brazos una criatura de meses y le daba una mamadera (de leche, porque así llamaban los noctámbulos las licoreras, forradas en cuero, en las que se podía llevar whisky, como quien lleva una pitillera). Era una niña que el Negro había adoptado porque no tenía familia con su compañera. Lástima que no aceptara mi proposición porque ahora dispondríamos de un incomparable libro de la noche santiaguina.

Casado con Cecilia Pezoa, el otrora célebre señor de las noches santiaguinas y de los aventureros que nunca dormían, no terminó sus ancianos días de la mejor manera: fue recluido en el Hogar de la Unión Árabe de Beneficencia, ubicado en el Callejón Lo Ovalle, hoy avenida del mismo nombre en la comuna de San Miguel. Allí iban a transcurrir sus últimos años de existencia.

Rakatán visitó varias veces al retirado empresario en aquel albergue geriátrico. Allí, Tobar le habría confidenciado en su últimos encuentros sobre lo buena que había sido su vida y lo agradecido que se sentía de la misma, a pesar de todo. También confesó a Muñoz sus íntimos recuerdos sobre Jacqueline, una “hermosa bataclana” de la que se enamoró en los años veinte, al conocerla en la compañía de revistas del American Cinema, de calle Arturo Prat de barrio San Diego. La chica trató de suicidarse cuando terminaron, porque Tobar se negó a partir con ella hacia Perú. “Me vi en grandes apuros, pero felizmente, todo al final se arregló a mi favor, pues ella se fue y yo, pese a que la amé intensamente, logré olvidarla, poco más tarde en los brazos amorosos de otra mujer…!”.

Esa era, entonces, la vertiginosa e intensa historia de ese misterioso personaje, fallecido ya anciano y retirado en un asilo, totalmente olvidado a sus 88 años de edad. El otrora caballero sin paralelo en la vida de Santiago, príncipe de las noches capitalinas, había muerto sumido entre el silencio y la indiferencia… El inolvidable Humberto Negro Tobar, generador de su propio culto y alguna vez icono de la más genuina veneración bohemia de su época. ♣

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