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LA POSADA DE DON SATA: UN PERDIDO REFUGIO DE CARA AL CERRO BLANCO

El local en donde estuvo La Posada de don Sata, en Recoleta esquina Vera.

Cierta leyenda suponía que Satanás, el mismísimo Príncipe de las Tinieblas, pasa parte de su exilio de los Cielos rondando los cementerios, pero nunca entrando a ellos: la condición de camposanto de aquellos le impide poner uno solo de sus pasos cojos más allá de las rejas de ingreso, como sucede también en las iglesias y los santuarios. La Posada de don Sata confirmaba simbólicamente esta creencia, en cierta forma: aunque formó parte y tuvo relaciones estrechas con las tradiciones en torno al barrio cementerial de Santiago, quedó fuera del mismo, marginado y en sus contornos, como el faro de un puerto con respecto al mar de los navegantes.

Poca gente sabe en nuestra época, sin embargo, que el cetro soberano de los restaurantes más vinculados al barrio de aquellos cementerios de Recoleta, hoy ostentado casi sin amenazas por la secular cantina de El Quita Penas, alguna vez fue disputado entre este establecimiento y otro boliche ya olvidado de los territorios chimberos, aunque igualmente popular e importante en su época: La Posada, apodada en sus inicios La Posada de don Saturnino o de don Satu y, por travesura de la clientela según decían, terminó como La Posada de don Sata, el título que lo definiría nominalmente hasta el final de su existencia.

La antigua y original alusión a don Satu era su por su dueño, don Saturnino Vera U., tal vez con algo de Diablo pero, principalmente, reputado como todo un señor de las noches de Santiago al otro lado del río. Salvo cuando la salud se lo impidió, siempre estuvo presente en su gran cantina para bohemios, vividores y deudos de los sepultados en el cercano camposanto. Su negocio también fue llamado el Don Sata a secas, pues las identidad del establecimiento y su dueño eran prácticamente lo mismo.

La Posada estaba enfrente del cerro Blanco, en Recoleta 1145 esquina Vera, en un edificio de dos niveles con algo de suntuosidad modernista. El primer piso era para destino comercial y sus altos residenciales. A su vez, el inmueble forma parte de un hermoso grupo de arquitectura histórica en el barrio de principios del siglo XX, manteniendo un brillo patrimonial y nostálgico en aquellas cuadras y las de las interesantes viviendas populares en la laberíntica calle Vera, aunque muchas de ellas muy a mal traer en nuestros días. Hasta fines de los años veinte, además, la dirección del restaurante coincidía con la del almacén de don Manuel Duci, como se confirma en el "Censo comercial industrial de la colonia italiana en Chile" de 1926-1927. Este local fue puesto a la venta justo en ese período, a partir de 1929. Una década más tarde, en el mismo conjunto estaba la sede de la sociedad Salvador Hermanos, y después es la residencia del comerciante palestino Jorge Naser, ya a inicios de los cuarenta, de acuerdo a la "Guía social de la colonia árabe en Chile" de 1941. Tuvo un almacén por vecino, además, durante varios años.

Según los testimonios de los antiguos vecinos y algunas referencias de la prensa de aquella misma época, La Posada de don Sata fue el negocio recreativo y centro culinario más popular de ese lado del barrio. Se beneficiaba en parte por su cercanía con la calle Unión y el propio cerro, además de los visitantes diarios a los cementerios y comerciantes de los barrios de Recoleta y el sector Patronato. Don Satu parecía no recordar con exactitud cuándo inició el negocio, pero aseguraba haberlo instalado allí "cuando ni los muertos se atrevían a atravesar en espíritu sus cercanías", según sus palabras confesadas al periodista e infatigable buscador de picadas populares, Juan Rubén Valenzuela, el famoso Pantagruel, en septiembre de 1979 y para una interesante nota del diario "Las Últimas Noticias".

Pantagruel, de hecho, quien firmaba también sus crónicas como Prudencio Navarro, solía recomendar mucho al restaurante, como se puede verificar en entrevista de Emilio Bakit de "La Segunda", el martes 4 de julio de 1989. El médico y escritor Alfonso González Dagnino, en tanto, mencionó también al negocio en su relato novelado "El árbol de cristal", publicado cerca del final de su vida, a propósito de las visitas a una médium y cartomante llamada Madame Odile, en la encantadora calle Vera:

Tranquilizados a medias y algo desconcertados, nos dirigíamos en esas ocasiones con Antoñito por la calle Vera a la pringosa Posada de Don Sata en la esquina de Recoleta, donde bajo la protección de Lucifer comentábamos los admirables aciertos y las metidas de pata de Mme. Odile, bebiendo pisco y comiendo charqui, la especialidad de la casa. Pero el día de mi cumpleaños (14 de julio) y luego de haber visto a Alicia Alonso en la primera parte de Giselle, decidimos no volver donde Mme. Odile pues cayó un chaparrón tan intenso, con truenos, relámpagos y granizos, que la calle Vera se convirtió en un río de barro y la casa de Mme. Odile adquirió un inquietante aspecto de Arca de Noé.

Pantagruel en la Posada de don Sata, con una gran bandeja de corvina, junto a los mozos y la cocinera doña Jobita. Imagen publicada por "Las Últimas Noticias" en enero de 1990.

La esquina del establecimiento de Don Sata vista desde calle Recoleta, junto al cerro Blanco.

Vista actual del local que ocupó Don Sata. El sector de las cortinas metálicas era del boliche, mientras que los altos del mismo (con la entrada lateral) y lo que se ve hacia atrás (derecha), son residencias.

Aquella primera etapa del negocio era, pues, la misma época cuando "la puñalada y la remolienda" dominaban todo el paisaje alrededor del cerro, según recordaba el propietario, algo que vino a cambiar recién hacia los años setenta aunque nunca se marchó del todo, según decían hasta hace poco por esos mismos lares. Varias animitas señalando supuestas muertes violentas alrededor del cementerio (o así quieren interpretarlas muchos vecinos, al menos), recordaban antaño que el dedo de la muerte sigue rondando a veces más tiempo afuera que adentro de la necrópolis, como sucede con el propio marginado Satanás.

Sin embargo, en el mismo reportaje señalado comentaba también don Sata: "Mi clientela es hoy muy tranquila y pacífica, y eso que no faltan diversiones", por lo que nunca tuvo grandes problemas con sus parroquianos. Era, así, un oasis en aquel ambiente, y un grato refugio al caer las noches, con un guitarrero paseando melodía y entonada voz entre las mesas.

Cabe indicar que, ya entonces, la gente que solía llegar a los varios boliches del barrio de los cementerios como el mencionado Quita Penas, el San Rosa de Pelequén, Las Américas y el mismo local de La Posada, era bastante particular: recordaba un poco a esa antigua Recoleta de la época de los locales de fiesta, boîtes o teatros, o acaso a la de principios del siglo XX que describe lúcidamente Lautaro García en su "Novelario del 1900", aunque menos inocente y más ruidosa... Algo queda de todo aquello, después de todo. Era frecuente que aparecieran por el mismo circuito los músicos populares y otros artistas.

La Posada, particularmente, era concurrida por una heterogénea clientela en donde tampoco faltaron periodistas e intelectuales, según recuerdos que nos comparte un comerciante de flores de las pérgolas al exterior del Cementerio General, quien también la conoció en calidad de ex parroquiano de aquellas salas. Empero, en los comedores holgaba especialmente el público más popular  y pintoresco, ese que siempre fue nativo en el sector de La Chimba desde los tiempos de las chinganas y las fondas.

El nombre del negocio se leyó por varios años más en un gran cartel afuera del mismo, en la fachada y sobre la entrada. Otros letreros anunciaban la oferta de sus célebres comidas criollas: choros zapato, parrilladas al chimichurri y ajiacos, entre otras delicias enemigas de las dietas. También ofrecía como entrada sanguchitos de pernil o de arrollado, y vinos "de la casa" (con lo que sea que eso signifique), según cuentan. El pollo al coñac era una de las especialidades más solicitadas, y sus curantos con chapalele compitieron en calidad con los de otros centros gastronómicos como el Mervilles de barrio Parque O'Higgins o Los Adobes de Argomedo esquina Lira. Soportaban muy bien las comparaciones con los que se preparaban también en otros restaurantes que tenían sus propias temporadas de maricos y curantos en el Santiago de entonces.

Don Satu, además, parece haber sido el locatario muy querido en su tiempo: conocía una gran cantidad de historias alrededor del vecindario de los cementerios, de modo que muchos visitaban su lugar atraídos también por el ameno y atento dueño quien atendía en persona junto a sus mozos La Posada. No pocas veces, además, hubo fiesta y música dentro de sus salas, por lo que también tuvo algo de club o centro de eventos ocasionales. Todavía en los años ochenta ofrecía orgulloso su curanto en olla o pulmay "con los auténticos chapaleles estilo chilote", según recomendaba la revista "Qué Pasa" por el año 1983.

El frente y acceso principal de la ex Posada de don Sata de Recoleta, en la actualidad.

El número con la dirección y la placa que alguna vez tuvo la patente del establecimiento, por el lado de Recoleta, oculta entre los muros pintarrajeados.

Por el lado de calle Vera, sobrevivió varios años uno de los carteles anunciando sus parrilladas, ya desaparecido. Esta imagen es de Google Street View, en 2012.

Vista actual del costado del inmueble por calle Vera, con otra cortina y entrada lateral al antiguo y ya cerrado establecimiento.

Como cliente ya bastante conocido y respetado en la casa, Pantagruel volvió a La Posada de don Sata para otra nota culinaria de "Las Últimas Noticias", en su sección "Chefs de barrio" del domingo 7 de enero de 1990. Esto es lo que nos decía el sagaz y hambriento reportero en aquella ocasión:

...noté la ausencia de don Saturnino, en camita por un traspié que tuvo entre abrazos de Año Nuevo. Pero estaba su hijo Carlitos y su esposa Lastenita y el personal de garzones, salidos de la Royal Guard, y que son el Richard; Víctor, ex del Chez Henry, Enrique Tello, el Cacerolazo, y Jobita, la maestra de cocina. Ya veremos a don Sata en el bar, como le canta su rapsoda, el Fabio de Recoleta.

Dos regios salones hay a la entrada, enfrente al mesón bar y a la vitrina frigorífico. Adentro, entre separaciones de coligües, está el salón mimbre, esa noche ocupado por los potentados árabes Hadues y Picharas. Ya entramos a la temporada de viudos de verano y llega gente del Picaresque, Taberna Capri y de otras salas de espectáculos. Suelen aparecer Luis Hernán Pedreros, Carlos Helo, el locutor Hernán Pereira y, en su hociconeta, Tito Arévalo.

Las especialidades gastronómicas informadas por Pantagruel eran las machas a la parmesana a $900, la paila marina a $850, el tradicional curanto con chapaleles a $1.400, el lomo a la plancha con agregados a $1.200 y el congrio margarita al mismo precio. Las parrilladas para dos personas y con papas costaban $2.200, al igual que el pollo al coñac o al champiñón en bandeja para cuatro. Así concluía su nuevo reporte del establecimiento el entretenido cronista:

Desde estas páginas saludamos a don Satita y le deseamos pronta recuperación. Friegas de bengué, don Satita, es lo mejor. Sursum corda, pues, y acuérdese de que, en marzo, nos tomaremos el Cerro Blanco y lo declararemos peladero nacional.

Sin embargo, el establecimiento ya vivía su último decenio de vida: desapareció súbitamente, cerca del cambio de siglo y por razones que no parecen del todo claras entre quienes se jactaban de haber sido sus comensales, por extraña razón. Se habla de la muerte de don Satu, de un retiro forzado, de una crisis económica y de un supuesto cambio de sede hasta otra vieja casona ya inexistente que habría estado casi enfrente del nacimiento de calle Puma, cerca de avenida Perú, hacia el interior de Arzobispo Valdivieso. El caso concreto es que, hacia fines de los noventa o inicios del actual siglo, el alguna vez célebre bar y restaurante se había vuelto más bien un recuerdo, muy lejano a la relevancia del pasado. Su patente comercial aparece cesada en 2002, dentro de la documentación municipal de Recoleta.

Mientras la memoria del Don Sata menguaba, el bastión invencible de El Quita Penas consolidaba y reafirmaba su larga y antigua leyenda como el establecimiento más antiguo e importante de todos los que están alrededor del Cementerio General, desde su segunda y definitiva casa en Recoleta esquina Arzobispo Valdivieso. Miles y miles de acongojados deudos de fallecidos han despedido a sus seres queridos allí, como antes lo hacían también en La Posada de don Sata y, hasta tiempos recientes, en otros establecimientos del mismo sector, algunos ya nombrados: el Santa Rosa de Pelequén, después llamado El Rey, La Carmencita y Las Américas, este último al costado del Cementerio Católico y convertido más tarde en local de comida extranjera.

De esa forma, el recuerdo de La Posada se fue a dormir en la amnesia urbana junto a otros hitos históricos de la entretención en La Chimba de los que sólo quedan vestigios y memorias etéreas en sus respectivos espacios, como fueron también el Teatro Princesa, el Teatro Recoleta Cinema, la Plaza Los Moteros, el Teatro y Café Capitol, la Hostería La Montaña, El Cachás de Independencia, el Teatro Chile y varios otros de los máximos símbolos ya extintos de la bohemia en el ultramapocho.

El local que le perteneciera por tantos años al negocio de don Saturnino en el 1145 de Recoleta, ha permanecido largos años cerrado y con sus cortinas abajo, apartando la vista del polvo y las telarañas. El cartel sobre el acceso se erosionó hasta quedar ilegible, en tanto. Empero, por el lado de Vera sobrevivió por algún tiempo más la inscripción en una entrada secundaria anunciando a colores "Parrilladas", sobre una cortina metálica hoy también cerrada. Se podía leer perfectamente hasta que un verdugo de la brocha lo ejecutó, cubriéndolo con pintura. ♣

Comentarios

  1. Disfruté mucho leyendo esta columna. No tenía idea que existió un local así, y con ese nombre.

    Lástima no haberlo conocido.

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  2. Disfruté mucho leyendo esta columna. No tenía idea que existió un local así, y con ese nombre.

    Lástima no haberlo conocido.

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  3. Yo era muy niña y recuerdo este local, era un lugar que visitaba mi familia, hoy buscando información al respecto di con esto, maravilloso

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