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LA ALAMEDA DE LAS DELICIAS COMO EJE SOCIAL SANTIAGUINO DESPUÉS DE LA ORGANIZACIÓN REPUBLICANA

Tarde dominical de la Alameda de las Delicias, en dibujo del reportero gráfico Melton Prior, en “The Illustrated London News” del 16 de agosto de 1890. Atrás, se distingue la estatua ecuestre de San Martín.

La temprana actividad social y recreativa de la Alameda de las Delicias, tras ser entregado al público su paseo en 1821, es reportada por viajeros como Richard Longeville Vowel y William S. W. Ruschenberg, quienes testimoniaron también su importancia como centro de encuentro ciudadano, las presentaciones de bandas de guerras y los muchos boliches de sus contornos que incluían cafés, chinganas, baños y quintas.

De alguna manera, la Alameda se había convertido en el eje urbano de la sociedad misma en Santiago, quitando este cetro al viejo y maltratado paseo de los Tajamares del Mapocho y arrebatándole a este, también, tanto su público como su comercio. Personajes de las clases sociales y culturales más opuestas aparecían allí compartiendo el espacio del amplio sendero central, cercados por las filas de álamos y los canalillos de agua que corrían a su lado. Sin duda, toda la atención e interés de la ciudad se había volcado a esta nueva, cómoda y bien sombreada vía de esencia peatonal.

En otro aspecto, la ex Cañada de Santiago no quedaba ajena a los períodos de fiestas en el calendario: una gran feria de Navidad que iluminaba a la misma Alameda casi en toda su extensión, llegó a instalarse durante el año 1856. A pesar de no arrojar buenos resultados iniciales, además de ofender los recatos de las autoridades con las expresiones de remolienda popular y folclórica ebriedad, se mantuvo hasta parte del siglo XX, derrotando incluso restricciones y medidas antialcoholes en el camino.

Existe una descripción interesante del paseo en el período, aportada por el único fotógrafo que iba entre los españoles miembros de la Comisión Científica del Pacífico de 1862-1866: el madrileño Rafael Castro y Ordóñez. En su bitácora de anotaciones señaló lo siguiente, mientras exploraba la Alameda en 1863 con cierto tono de soberbia herida, quizá, ante la altanería patriota de la ex colonia:

El paseo de la Cañada, extensa calle de cuatro hileras de álamos, se parece algo a nuestro Prado, si bien es mejor, pues tiene por fondo la grandiosa cordillera de los Andes. Está adornada de varias estatuas de bronce y de yeso. De yeso es la República, y además está desnivelada, que por más que tiene bajada la espada, no puede conservar el equilibro; sus esfuerzos son vanos: jamás estas repúblicas guardarán su equilibrio, porque están formadas con los restos de las monarquías; tienen sus preocupaciones y sus anomalías; más de cuatro republicanos pierden sus ilusiones aquí; no es lo que se cree; a un hombre del pueblo lo llaman roto, como si dijéramos, un sansculotte; son muy dados a títulos europeos, y dan el tratamiento de S.E. el presidente de la República.  Dejemos esta parte, que bastante decir es, y si llega esta carta a manos de algunos cuando vuelva a Valparaíso o Santiago no me dejarán hueso sano.

Después de la estatua de la República sigue la del Abate Molina, historiador y naturalista notabilísimo; esta de bronce, mérito real, y es la primera estatua que se ha fundido en Chile.

Continuando, le sale a uno al encuentro un terrible figurón, envuelto en un luengo ropaje, con un brazo levantado sosteniendo una tea (¿será de la discordia?) y por pedestal el mundo, y los pies del figurón se apoyan sobre América, y dice sobre el yeso que compone el figurón: Confederación Americana. Ninguna reflexión hago sobre ella; es de papelón y basta. Después hay otras varias estatuas, y por último la inaugurada últimamente del general San Martín, que dos días ha amanecido regada de sangre, y otra mañana con un dogal al cuello; muestras inequívocas de amor y simpatías por el ilustre general; pero serán cosas de los “rotos”.

Al finalizar la Cañada, después de recorrer el trayecto en el ferrocarril de sangre, se llega al ferrocarril de vapor, edificio sencillo y elegante, montado con arreglo a los adelantos de los Estados Unidos, que en esto compiten tal vez con ventaja con los europeos. Todos los visité con detenimiento.

La Alameda clásica, en sus primeros años de existencia y con su gran actividad social a la vista. Imagen litográfica producida e impresa en Francia, en 1828.

Imagen del efímero Monumento a la Confederación Americana en el paseo de la Alameda. Fotografía tomada y descrita por Castro y Ordóñez, entre mayo-junio de 1963.

Imagen del proyecto de la estatua ecuestre de Bernardo O'Higgins en la Alameda, publicada por Recaredo S. Tornero en "Chile Ilustrado", de 1872 (mismo año de su inauguración).

Estatua del general José Miguel Carrera en al Alameda hacia los años del Primer Centenario de la República. Imagen correspondiente a los archivos fotográficos de la revista "Patria Vieja".

Imagen del obelisco de 1959, conmemorativo de la Primera Junta Nacional de Gobierno, junto al templo de San Francisco en la Alameda, posiblemente en su inauguración. Publicada por C. Peña Otaegui con la anotación "se distingue a la derecha el campanario de la capilla de la Soledad, fundada por la viuda de D. Pedro de Valdivia". Imagen del Archivo Fotográfico Franciscano.

El mismo obelisco decorado con banderas y listones, en el día de su inauguración el 18 de septiembre de 1859 (lleva una anotación a mano con esta fecha). Vista hacia el poniente, con el campanario de la Iglesia de San Diego a la izquierda, donde ahora está la Universidad de Chile. Fuente de la imagen: Memoria Chilena.

Fotografía de la Alameda de las Delicias y sus óvalos hacia el poniente, desde la torre del campanario de la Iglesia de San Francisco, c. 1861-1862. Se observa el obelisco erigido efímera o provisoriamente en homenaje a la Primera Junta Nacional de Gobierno.

Fotografía de Eugene Maunoury de la Alameda hacia 1868-1870, tomada desde el mismo lugar y en la misma dirección. Si la fecha señalada es la correcta, se puede apreciar que el obelisco ya no existe a la sazón. Fuente imagen: Bifurcaciones.cl.

 

La Alameda de las Delicias en el Plano de Santiago de Ernesto Ansart (1875). Desde la actual Plaza Italia-Baquedano hasta la Estación Central de Ferrocarriles, desde donde pasaba a llamarse en esos años, Camino o Avenida de Chuchunco. 

La estatua americanista mencionada, posible obra del francés Auguste François (no sabemos quién más podría haberla hecho en Chile, por entonces) y de la que quedó una fotografía tomada por el propio Castro y Ordóñez, tuvo una vida muy efímera. Lo mismo había sucedido con un gran obelisco conmemorativo inaugurado en las Fiestas Patrias de 1859 como homenaje a la Primera Junta Nacional de Gobierno, a un lado de la Iglesia de San Francisco y de la Capilla de la Soledad. Algunas fotografías de este monumento verifican, entre otras cosas, su deficiente factura (aparece un tanto inclinado), así que poco duró también en la Alameda, quedando como recuerdo de las primeras generaciones de monumentos que intentaron embellecer y solemnizar el paseo.

Fue por empuje de don Benjamín Vicuña Mackenna que se había formado una comisión especial, en 1856, para la instalación de la segunda y mejor generación de monumentos en la Alameda, en el marco de los homenajes a los héroes patriotas. El proyecto incluía estatuas para José de San Martín (se pasaba por una calma en las relaciones entre Chile-Argentina, enfriando las tensiones limítrofes), Bernardo O’Higgins, José Miguel Carrera y Diego Portales. Tras vertiginosos esfuerzos y con una iniciativa que se adelantó incluso a los homenajes para el prócer en su propia tierra, la de San Martín fue inaugurada en 1863, en el óvalo de la Plaza de San Lázaro. Obra del escultor Louis-Joseph Daumas, terminada con algunas modificaciones al modelo original (como la cola del caballo tocando el suelo, refuerzo ante la actividad sísmica), se volvió uno de los iconos más característicos de la Alameda, aunque hoy está desplazada más al oriente, al borde mismo del barrio cívico. El nombre de la calle San Martín recuerda hasta hoy al topónimo que surgió en el lugar preciso donde estaba antes este monumento en la Alameda: enfrente de la boca de dicha vía, razón por la que pasó a ser llamada así la antigua calle de la Ceniza, ahora con su nombre.

En el año siguiente y tras sortear retrasos arrastrados desde 1858, también se descubre el primer monumento a Carrera en el paseo, obra de Augustin-Alexandre Dumont con asistencia de José Miguel Blanco. Hoy está en la Gran Avenida con su nombre, en la comunca de San Miguel. Coincidentemente, ese mismo año la Alameda de las Delicias se había extendido hasta los territorios de Chuchunco en el poniente del valle, al inaugurarse la gran Estación Central que, en sus primeras décadas, precisamente recibía el nombre de Estación Alameda.

El homeaje escultórico para O’Higgins, en tanto, obra de Albert-Ernest Carrier-Belleuse con dos de sus bajorrelieves del pedestal hechos por Nicanor Plaza, pudo ser inaugurado en 1872 y tiene características de monumento ecuestre, como el de San Martín y el de Manuel Bulnes, que está en el mismo sector pero desde tiempos muy posteriores. Todos estos conjuntos quedaron en lo que ahora reconocemos como el barrio cívico, aunque el principal y más vistoso de los monumentos que acoge el paseo será por largo tiempo el de O'Higgins.

Con las ostentosas nuevas unidades monumentales, quedaba recuperada y reforzada la Alameda de las Delicias como el paseo conmemorativo de la Independencia de Chile y en homenaje a sus protagonistas, idea original con la que había sido inaugurado. En el mismo año en que se instalaba el monumento a O’Higgins, además, Recaredo S. Tornero proporciona la ilustrativa descripción de aquel paseo central de la ciudad en aquel momento, en su "Chile ilustrado":

La Alameda es el gran paseo que tenemos en la capital y al que concurre el público con más frecuencia. Es una inmensa calle de cien metros de anchura por más de cuatro mil de largo, contando desde el río hasta la estación de los ferrocarriles. Recorre toda la ciudad en la dirección de oriente a poniente y está dividida en tres partes longitudinales que son la Alameda, en el centro, y dos calles, una a cada lado. La Alameda se compone de tres avenidas de árboles que por el oriente no alcanzan al río sino al monasterio del Carmen, en donde el paseo principia por una sola avenida para dividirse en tres algunas cuadras más abajo. La del centro es de un ancho doble del de las laterales, y las tres están separadas por dos acequias de ladrillo de un metro de ancho y por una doble corrida de árboles plantados a ambos lados de las acequias. Desde el monasterio del Carmen hasta la plazuela de San Lázaro, en una extensión de diez cuadras, está adornada con sofaes de fierro y madera, de reciente fecha, y otros de piedra colocados antiguamente. Contiene un hermoso jardín ovoide, que estuvo situado primero en el óvalo central, frente a la calle de Morandé y que fue trasladado muchas cuadras más abajo, al óvalo de San Miguel. En su trayecto se encuentran cuatro pilas, la primera de piedra, frente al Carmen, la segunda de mármol, frente a San Francisco, y otras dos al poniente, una de ellas de bronce. Esta última, colocada en el óvalo de San Miguel, es la primera pila que hubo en Santiago. Fue mandada construir en 1682 por el gobernador Juan de Manríquez y colocada en la plaza principal.

Cabe añadir que la fontana colonial señalada en la cita es la misma que hoy está en el Patio de los Naranjos del Palacio de la Moneda, conocida como Fuente de Alonso Meléndez, tras haber peregrinado por varios puntos de Santiago, como el cerro Santa Lucía y la Plaza de la Recoleta. Volvamos al guía turístico del "Chile ilustrado":

La avenida central se halla interrumpida por cuatro óvalos o plazoletas ovoideas. El primero está cerca de San Francisco y contiene la pila de mármol ya mencionada; el segundo se encuentra frente a la calle de Morandé, y está despejado; el tercero frente a San Lázaro, contiene la estatua ecuestre en bronce del general San Martín, y el cuarto es la de San Miguel, en el que se halla la pila de bronce.

Son cuatro las estatuas que se encuentran en la Alameda: la del abate Molina, colocada entre las calles Ahumada y Bandera. Es pedestre y tiene esta inscripción: “AL ABATE MOLINA SUS COMPATRIOTAS Año MDCCCLX.”

La estatua del general Carrera, colocada entre las calles de Gálvez y Nataniel, tiene esta inscripción: “CARRERA 1858”.

La estatua del general Freire, colocada entre las calles de Nataniel y Duarte, tiene en su pedestal dos planchas, una de mármol con esta inscripción: “CAPITÁN GENERAL DON RAMÓN FREIRE 1855”.

(…) Y por último la hermosa estatua ecuestre, en bronce del general San Martín, situada en el centro del óvalo de San Lázaro. Su pedestal de mármol se eleva sobre una gradería de losa y está rodeada por una elegante verja de fierro. No tiene ninguna inscripción.

Todas estas estatuas son del tamaño natural.

La magnífica estatua ecuestre del general D. Bernardo O’Higgins, encargada a nuestro cónsul en París Sr. Fernández Rodella, y llegada recientemente, será colocada en breve en el centro del óvalo que ya hemos mencionado, frente a la calle de Morandé.

Frente a la calle de Duarte se levanta un elegante tabladillo de fierro, en donde se sitúa una banda de música los días festivos para amenizar el paseo de la tarde.

Los árboles de que se componen las avenidas eran todos álamos, pero actualmente se los ha reemplazado por acacias hasta el óvalo de San Lázaro.

Durante la intendencia de Vicuña Mackenna y como parte de las mismas obras para hermosear Santiago entre 1872 y 1874, se instalaron otros monumentos y estatuas en la Alameda, adquiridas a casas francesas de fundición artística. Algunas de las mejores que hubo, sin embargo, como el Monumento a los Escritores de la Independencia (hacia la altura de la actual avenida Brasil) y la espectacular Fuente de Neptuno en su carruaje de caballos (hacia la altura de Vergara), acabaron destruidas en revueltas sociales de principios del siglo siguiente.

Otra aproximación a la Alameda de las Delicias, en colores y con el aspecto que tenía avanzado ya el siglo XIX, por el pintor Orrego Luco.

Alameda de las Delicias con Carmen, hacia 1890, enfrente del cerro Santa Lucía. Se observa al desaparecido templo del Carmen Alto.

Intensos trabajos de asfaltado de la Alameda de las Delicias en marzo de 1905. Imagen publicada por la revista "Sucesos".

Feria de comercio y entretenciones en la Alameda de las Delicias montada en febrero de 1906, durante el aniversario de la victoria de los patriotas en Chacabuco.

Imágenes de la Feria del Centenario en la Alameda de las Delicias en 1910, en la revista "Zig-Zag".

Durante la última época de la Alameda como paseo público, en imagen de revista "Zig-Zag", enero de 1915.

Aquellas innovaciones urbanas, muy loables, provenían sin embargo del cambio de enfoque que pretendía la Intendencia de Santiago para con la Alameda, intentando hacerla dejar atrás su rasgo popular e imprimirle uno más culto y aristocrático, algo que fue ensayado también en el Parque Cousiño (hoy O'Higgins), en el Mercado Central y en el paseo del cerro Santa Lucía. Empero, y a pesar de los intentos de imponerle restricciones a la feria navideña y otras manifestaciones populares en ella, aquel imparable fuego ciudadano se imponía una y otra vez, como la marejada sobre diques mal construidos.

Pocos años después, hacia 1880, había comenzado también el retiro de los viejos álamos del paseo porque, según cuenta René León Echaíz en su trabajo sobre la historia de Santiago. Comenzaron a ser considerados “pasados de moda”, probablemente como efecto del cada vez más exagerado afrancesamiento de la arquitectura y del urbanismo en Chile, tan acentuado durante esa segunda mitad del siglo XIX. De este modo, a las arboledas habían empezado a integrarse encinas, olmos y robles, entre las acequias de ladrillo que fueron mejoradas hacía solamente algunos años, además.

Ya en 1897, tras haberse inaugurado las espléndidas nuevas instalaciones de la Estación Central con el mismo galpón monumental que reemplazó al anterior y que conserva hasta hoy, la Alameda continuó siendo extendida hacia el poniente y fusionándose con el viejo camino de Lo Chuchunco. Quedó convertida así en un importante centro de actividad no solo para el ferrocarril, sino también de la combinación con el tranvía, adquiriendo mejores tecnologías a principios de la centuria siguiente y habilitando ramales hacia otros puntos, esta vez con carros eléctricos. Aquel camino de Lo Chuchunco partía como una diagonal hacia el oeste, enfrente de la estación y en donde se separaba de la Alameda (la que era llamada avenida Latorre desde ahí al poniente); fue denominado después avenida Chuchunco y hoy corresponde a avenida Ecuador. Más allá, el camino doblaba hacía el sur cerca del Fundo Las Rejas y cruzaba la Alameda pero enfilando hacia Maipú, por la continuación llamada camino de los Pajaritos dada la cantidad de aves que había en ella, prolongándose por la misma avenida actual con este nombre. 

En el otro extremo de la Alameda, en tanto, tuvo lugar la apertura del camino de Cintura Oriente, hoy llamado avenida Vicuña Mackenna en homenaje a su creador, enfrente de donde La Cañada se separaba de la vieja Alameda del Tajamar, condenada a desaparecer tras la canalización del Mapocho. La situación permitió prolongar la Alameda sobre un tramo que antes era llamado La Cañada del Carmen, por la presencia de este convento enfrente del cerro Santa Lucía y para diferenciarlo de La Cañada de San Francisco, más central. El trayecto desde el cerro hacia el oriente mantuvo el nombre de Alameda del Carmen en algunos planos de 1870, aproximadamente, quedando después fusionado con el de la Alameda de las Delicias a secas, aunque careciendo de las grandes arboledas, óvalos y fontanas con las que fue fundado el paseo principal

Con el cambio de siglo, también fue visible la modificación del rol que tenía la Alameda, paulatinamente menos paseo ciudadano y cada vez más avenida para tránsito vehicular "de sangre", más tarde el motorizado. Por una serie de necesidades que iban desde requerimientos de mantención material a la Alameda hasta el bienestar de los cascos de los caballos, la antigua calzada comenzó a ser retirada de la vía con enormes obras de asfaltado realizadas en 1905. Ese mismo año, sin embargo, las infames Huelgas de la Carne terminarían con la destrucción de varios monumentos y piletas del paseo, además que concluir las jornadas con el flamante asfalto teñido de sangre, acaso "bautizado" con muerte.

A mayor abundamiento, aquellas nuevas obras se habían ejecutado con el llamado pavimento Trinidad, que estaba de moda en países de Europa. "En Santiago se ha dado principio a esa era de regeneración, cambiando el antiguo pavimento infernal que servía de trampa y peligro para toda clase de vehículos", celebraba la noticia revista "Sucesos" en marzo de aquel año, cuando comenzaban los trabajos. Sin embargo, las medidas tuvieron algunos alcances controversiales cuando algunos de los pesados tractores-aplanadoras adquiridos para esa y otras obras públicas no funcionaron como se esperaba, causando hilaridad entre cronistas satíricos y caricaturistas de la época. Creemos que esos aparatos mecánicos podrían ser los mismos que después se utilizaron en obras del cerro San Cristóbal y quedaron como reliquias en la Plaza Gabriela Mistral, en el mismo parque.

Con su nuevo aspecto, la Alameda -que cada vez menos iba conservando ya de alameda- quedó incorporada a los festejos de las fiestas patrias de septiembre, las celebraciones de febrero en el aniversario de Chacabuco y otras efemérides imporantes para la alegría popular. Algunas procesiones religiosas se realizaban tradicionalmente por ella, además, como la del Santo Sepulcro en Semana Santa que llenaba el paseo de cucuruchos y penitentes.

Las celebraciones del Centenario Nacional en 1910 llevaron a la misma vía una vasta feria cargada de toda clase de ofertas: desde ventas de arte hasta carpas de adivinos. La revista "Zig-Zag" hace una estupenda descripción de aquella Feria del Centenario en el paseo, precisamente durante el período (lo transcribimos completo):

Este nuevo centro social de que gran parte del público no tenía formada ideal, ha obtenido verdadero éxito con los beneficios que ha dado últimamente a varias instituciones de caridad.

La Feria, a imitación de las europeas, es formada por una acumulación de diversiones variadas, en un punto espacioso, como es la Alameda de las Delicias, en donde las instalaciones no estorban en lo absoluto el tráfico público.

El laberinto, en donde las personas se ven confundidas por encontrar la salida y en que se acontecen incidentes cómicos entre los perdidos en un dédalo de pasillos, la ola giratoria cuyas sensaciones ya conoce buena parte de nuestro público, el biógrafo con una colección de cintas de actualidad, son juegos y diversiones a que se tiene derecho con solo la entrada general que es de un peso para los grandes y de cincuenta centavos para los niños.

El mundo infantil tiene atractivos espaciales: caballitos chilotes y burritos ensillados para paseo, columpios, tiro al blanco sobre monos de fantasía, etc...

Una hechicera predice la mala o buena ventura a los deseosos de saber su porvenir.

Un vaporcito da vuelta al mundo, y recibe un premio el que acierta el puerto en su arribo.

En un kiosco de juguetes se predice, por las vueltas de una ruleta, el mes preciso en que se contraerá matrimonio. El que acierta tiene un anillo nupcial de obsequio.

Hay juegos de cuchillos con elegantes y valiosos premios.

Bazares de juguetes se encuentran repartidos en el local, entre los que se distinguen los de la Sociedad Protectora de la Infancia y Asilo de Ancianos.

Hay varios salones de refrescos, pastelerías y lunchs, instalados al aire libre.

Todas las noches hay festival por el Orfeón de Policía o por una banda del Ejército; en las tardes, las bandas de los Salesianos o de los talleres de San Vicente amenizan el paseo.

La iluminación es espléndida, con gran cantidad de focos de ampolletas de colores.

Próximamente se estrenará la Mujer Araña y el Tobogán, diversión de tanta aceptación en las Ferias del Viejo Mundo.

Llamada simplemente Alameda, Delicias o Las Delicias en guías de direcciones o catálogos telefónicos, el histórico nombre de la principal vía de la capital fue cambiado a Avenida Presidente Alessandri en un insólito acto de adulación por parte de la junta golpista de 1925 y el comité ad hoc que pedía su regreso al mando supremo. Hasta el soberbio Arturo Alessandri Palma comprendió que semejante zalamería a su ego no lo beneficiaría políticamente y, desde el exilio, rechazó el piropo, algo que sus admiradores se esfuerzan hasta hoy por tildar de "gesto de humildad".

En menos de una semana, y para salir del bache artificialmente provocado, la ex Alameda de las Delicias fue rebautizada ahora como la Avenida Bernardo O'Higgins, nombre que conserva hasta nuestros días y que se supone un homenaje a quien habría sido el impulsor de la construcción de dicho paseo, aunque en los hechos se remontara a una propuesta formulada por don José Miguel Carrera en plena Patria Vieja, curiosamente.

Sin embargo, poco quedaba a la sazón de las viejas actividades sociales, ferias, tolderas comerciales, desfiles y reuniones recreativas en la Alameda, caída ya en una imparable y progresiva sumisión a las necesidades de más y más espacio para el transporte colectivo y la movilización vehicular en general, hasta prácticamente hacer desaparecer el antiguo rasgo de paseo peatonal sombreado por gratas arboledas y musicales fuentes de aguas.

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