Publicidad para El Club de la Medianoche de calle San Diego a mediados de los años cincuenta, en "Las Noticias de Última Hora". Fue un local transicional entre las antiguas salas "filóricas" y los modernos clubes dancings de la bohemia nacional.
Uno de los cambios que llegaron con el desarrollo comercial y artístico de las noches de oro de Santiago, ya en el siglo XX, fue el ocaso de las antiguas salas “filarmóticas" y la transformación rápida de sus sucesoras, las "filóricas" o -más elegantemente definidos- clubes y salones de baile popular que cunden hacia el Centenario Nacional. Comenzaban a llegar a la oferta nuevas propuestas de celebración que marcarían el inicio los dancings, no mucho después: opciones más honestamente bohemias, algo trasgresoras y combinadas con espectáculos en vivo durante los intermedios.
Mientras las "filóricas" pertenecían todavía a los orígenes de las fiestas modernas con orquestas en vivo, los dancings y clubes de baile ya iban a ser parte de la época de la radio y los clubes nocturnos, incluso con sus bailables transmitidos por algunas estaciones en los casos del Tap Room, La Quintrala o El Casanova. Eso no quita el hecho de que sus grandes celebraciones fueran musicalizadas por estupendas orquestas de jazz y ritmos tropicales que marcaron toda una época de la vida nacional. De alguna manera, entonces, los nuevos clubes de baile en la noche chilena serían el resultado del desarrollo comercial de las "filóricas", de la misma manera que estas habían dejado atrás a las viejas y ceremoniosas sociedades "filarmónicas" de perfil más aristocrático, o al menos así pretendido.
Aunque el tema ha sido tocado, entre otros, por Osvaldo Rakatán Muñoz, Armando Méndez Carrasco y Enrique Lafourcade, hay pocas detenciones de las crónicas sobre tal período de transición: da la impresión de que la bohemia bailable surgida en los treinta o cuarenta hubiese brotado desde la nada, como un consenso misterioso de los empresarios de la noche. La verdad es que venía gestándose desde antiguos boliches como aquellas “filóricas” repartidas por todo Santiago y que alcanzaron a convivir a lo menos con la primera década de aquellos 30 años dorados de la historia de la diversión y la bohemia capitalina. Unos eran para público tipo matrimonios adultos; otros, para chiquillos recién saliendo de la adolescencia llenos de tensiones hormonales.
Muchos las llamaban de la misma forma a las "filarmónicas" y las "filóricas", por cierto. A diferencia de esas viejas y formalistas sociedades "filarmónicas", sin embargo, la relación de las segundas con su público era más bien de oferta y clientela, algo que legaron también a los dancings y que determinaron su rasgo de propuesta recreativa durante los años de apogeo para el rubro.
Varias de las últimas salas "filarmónicas" y de las nuevas "filóricas", además, ofrecían sus fiestas los domingos o lunes como posible herencia de las chinganas del bajo pueblo, aunque por lo general en grandes establecimientos, galpones o salones con orquesta en vivo. Algunas incluso se asumían como tales desde su mismo nombre, caso de La Filórica Luz y Sombra de Ricardo Huerta (Francisco Huerta, en ciertas fuentes), famosísimo centro que estuvo haciendo patria en un segundo piso por el lado sur del cruce de avenida Matta llegando a calle San Diego en los altos de la vereda sur, desde 1922 hasta 1930.
Cabe observar que aquel barrio de San Diego era abundante en ese tipo de clubes. En la misma calle con Alonso de Ovalle y formando parte del ambiente determinado por el cercano Teatro American Cinema, por ejemplo, estuvo La Filórica de Lucho Escobar, local que emigró después a calle Cóndor en donde permaneció por 15 años. Y en San Diego 1071 esquina Matta se halló también el Chantecler, llamado después Club de la Medianoche, bien conocido por muchos periodistas y con números de varieté, probablemente de las mejores "filóricas" ya transformándose paulatinamente en boîtes y dancings en aquellos años. Sin embargo, allí el ambiente era suficientemente bravo para que una noche, al final de un baile, un rufián apodado el Pelao Ríos diera muerte al artista musical Pablo Cid (padre del músico con el mismo nombre) en una pelea, en 1928. Ambos eran conocidos de la casa.
Más al sur, por la misma calle San Diego entre Victoria y Pedro Lagos, cerca del Liceo Manuel Barros Borgoño, estaba La Buenos Aires, que operó desde 1930 a 1935. Tenía un concurrido salón musical más algunas prostitutas y lanzas mencionados por Méndez Carrasco en “Chicago Chico”, quien describe al boliche como “un salón de baile de mala muerte” pero con mucha gente joven:
La noche de mi debut en “La Buenos Aires” se ejecutaba un trozo de “Memphis Blues”, de William C. Handy.
La elaboración musical, exenta totalmente de swing, no era razón para que los bailarines no se moviesen con frenético ritmo. Diríase que esa juventud había nacido para el baile, incluyendo el amor estrambótico.
Silencioso, como queriendo pasar inadvertido, me ubiqué en un costado del salón. El humo negro de los cigarrillos “Monarch” y “Premier”, replegando hacia los altos focos, imprimía mágico signo al cielo raso. Las mariposillas, intranquilas y tímidas, armonizaban con el balanceo monótono de la jazz-band. Quieto, abstraído por las luces de colores, por el paso de los filóricos, comprendí que esa inquieta generación vivía el presente. Quizá si muchos de esos jóvenes portaban una tragedia privada o pública. ¿De qué valían ahora los problemas? Simplemente vivían. No rezaba ahí el pasado, menos el futuro.
Así era el ambiente de las clásicas "filarmónicas" como la Apolo, retratada en revista "Sucesos" en 1903, cuando ya comenzaban a llegar las primeras "filóricas" a desplazarlas.
"Los nuevos bailes para el invierno" en la revista "Familia" de mayo de 1915, tiempo de las salas "filóricas" y salones de baile clásicos. El artículo alude al recién llegado foxtrot, en lo que iba a ser un anticipo de lo que se vería después en los dancings clubs, cabarets y boîtes que continuaron con esta propuesta.
Publicidad del Dancing Park del Parque Cousiño, en "La Nación" de 1928, informando de los recorridos de tranvías que llevaban hasta el entonces famoso centro de baile modernizador del concepto tradicional de los bailables.
"Los bailes modernos" en la revista "Familia" de mayo de 1928. Eran los que habían comenzado a incorporarse ya a las "filóricas" y salones de baile clásicos, anunciando el advenimiento de los dancing clubs.
El profesor Aguilar ofreciendo sus clases de baile en el diario "Las Noticias de Última Hora", noviembre de 1946.
En Matta con San Francisco, en tanto, vecindario antaño célebre por la prostitución, gobernaba el Salón América. Algunas "filóricas" parecidas eran un poco clandestinas, además, por barrios como San Pablo abajo. Y había “otro muy de malévolos, proxenetas y patos malos, frente a la plaza Bogotá” dice Lafourcade nuevamente tomando la información de Rakatán, agregando que allí “la velada bailable solía amenizarse con uno que otro asesinato”. Cruzando sus recuerdos con los que registró el periodista de espectáculos, sigue informando el escritor con su particular estilo, en “El Mercurio” (“La noche de los Gaznates Largos”, 1986):
En San Martín, a la altura del 700, echaba humo “La Villalobos”. La cabrería se arrancaba de los colegios a danzar “shimmy” y “one step”. Las sesiones comenzaban a las 10 de la mañana. Las niñas aseguraban que “iban a Misa”. Desde las 3 hasta las 8 de la noche, existía una “Matinée”, supongo que para cabros más chicos. La gran velada bailable era entre 21 y 24 horas. Todo sanísimo. Para parejas encendidas de fuego “La Villalobos” ofrecía unos “Reservados con Pasteles”. ¡Maravillosos tiempos! ¡Se excitaban comiendo empolvados!”.
"La Villalobos" operaba en la sede de la Sociedad de Empleados Judiciales y en ella se inició el músico Enrique Vásquez Jeria, gran amigo de Rakatán y activo presidente del Sindicato Profesional Orquestal (SIPO, fundado en 1931) durante los cuarenta. Con sólo 14 años tocaba allí el violín y después el piano. Era la época de esplendor de estos negocios, por supuesto, con bailes todos los días de 19 a 23 horas en la semana y de 20 a 24 horas los sábados. Lafourcade agregatambién que funcionaron con este ritmo hasta alrededor de 1930, pero sabemos que todavía quedaban algunas asumidas como tales en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, quizá rezagadas.
Otra de las más famosas era El Almendral, de calle San Francisco 61, por el
actual cruce con calle París. Su dueño era “de sangre gala ‘tuerca’: Francisco
Renault”. A este famoso centro iba el actor y comediante Romilio Romo, entre
otras figuras. Mientras, en Arturo Prat 1040 enfrente del Teatro Coliseo
Nacional, estaba La Aurora: un club “filórico” que fue famoso por sus reputados
músicos y compositores como el pianista Luis Aguirre Pinto, sus colegas Rafael
Hermosilla y Carlos Astorga Murúa, quien acabó sus días en un asilo de ancianos
de Maipú. Vivaceta, en cambio, barrio obrero por entonces bravo y hostil, tenía
en sus reinos a El Ukelele, que ofrecía sus fiestas bailables aunque con algo de
cabaret que acabó siendo, finalmente, su rasgo comercial distintivo. Rakatán
aseguraba que allí "fueron famosos los bailoteos de los lunes, en los cuales se
daban cita todos los 'matones' de Santiago".
Si estimamos que ya entonces el concepto de la "filórica" evolucionaba al de los dancings y salones modernos, no parece coincidencia que muchos locales de la época aparezcan en venta o relevados por otros negocios. Una famosa casa de los años veinte, por ejemplo, el salón de baile en Maestranza 559 en la actual calle Portugal en donde hoy se levanta un edificio residencial, aparecía a la venta en 1927 y con algunos anuncios de deudas por contribuciones y amenazas de embargos en la prensa, por morosidades del dueño don David Valenzuela Valdés. El proceso de retirada de los salones antiguos de baile se haría evidente en la década siguiente.
Algo más se comenta de aquellos cambios sociales y de intereses recreativos en "La construcción histórica de la juventud en América Latina. Bohemios, Rockanroleros y Revolucionarios", obra de Yanko González y Carles Feixa:
Se conoce a la Bohemia Estudiantil de la época por revolucionar social y culturalmente a la sociedad. Los "años locos" tienen un espejo importante en la sociedad chilena y los salones y espectáculos se llenan de los ritmos del tango, del one Step, del charleston, del shimmy y del Foxtrot. A poco de andar, surgen en Santiago los llamados dancings (Zig-Zag, 1927) como "Las torpederas" -ubicado en calle Bandera-, donde la juventud de la capital "disfrutaba de una agitada vida nocturna que a menudo terminaba a puñetazos" (Rinke, 2002: 49).
El periodista deportivo Renato González, por su parte, anotaba en sus aventureros recuerdos plasmados en "Las memorias de Mister Huifa":
Teníamos una filarmónica que quedaba en calle Herrera, entre San Pablo y Rosas y que se llamaba “La Instructiva Obrera”. Muchachas modestas, pero muy serias, acompañadas de sus mamás y luego los reservados con venta de números o con venta de pasteles, y los remates de ramos de flores con derecho a bailar un reservado.
Sin embargo, continuaba cundiendo la bohemia con el aspecto que asumiría hacia los treinta y cuarenta: más aferrada a los modelos internacionales y modas acompañadas ya de jazz, foxtrot, tango y tropical. Era inevitable que proliferaran los novedosos dancings como herederos connaturales de las "filóricas", entonces, aunque especializados en entretención con elementos adicionales de espectáculo y números de variedades. Comenzaron a ser, además, lugares de concentración y grandes celebraciones, tanto las particulares como las de Año Nuevo o Fiestas Patrias. Según Rakatán en su "¡Buenas noches, Santiago!", las "filóricas" se extinguieron en esos mismos años treinta.
Hacia 1940, además, en el apogeo de aquellos bailables, aún eran muy visitadas nuevas e interesantes academias de baile que dejaron atrás a las más clásicas de los tiempos de "filarmónicas" y "filóricas", como la de Carmen Toledano en García Reyes 768, o la famosa escuela que fundó años antes el matrimonio de profesores Juan Valero y Elena Guzmán, precursora de la actual Academia Bailes Valero. Todo el ambiente se ofrecía propicio al apogeo de los nuevos salones bailables, en consecuencia.
En Compañía 1170, en tanto, estaba el Instituto Superior de Bailes; y el Estudio de Bailes New York se hallaba en el apartamento 22 de calle 21 de Mayo 585 llegando a Santo Domingo, pleno centro, local que también servía como otro dancing club de la ciudad con sesiones de swing, tangos, zapateo americano, danzas clásicas, tradicionales y españolas, con clases a cargo de una pareja de profesionales. Muy cerca de allí estaba el Salón de Baile El Inca, de don León Kotliarenko, uno de los favoritos del periodista Tito Mundt y sus amigos y colegas periodistas, que además servía como bar, restaurante y fuente de soda en 21 de Mayo 531. Este espacioso local aparece puesto a remate en octubre de 1940, y es mencionado por Mundt en "Las banderas olvidadas".
La tendencia recreativa representada por tal clase de establecimientos con bailables era mundial, en parte por la participación e influencia de músicos negros en el ambiente musical y de espectáculos en vivo de aquellos años. Uno de los famosos centros fomentadores de aquel movimiento, sin embargo, el Rhythm Club de Natchez, Mississippi, hizo noticia por una terrible tragedia en la noche del 23 de abril de 1940, cuando un incendio accidentalmente desatado cobró la vida de unas 210 personas y dejó heridas a otras 40, prácticamente todas ellas de raza negra. Este horrible siniestro es recordado como el Holocausto del Salón de Baile de Natchez, y sirvió de dura advertencia para que muchos establecimientos de su tipo mejoraran las condiciones de seguridad y las precauciones, marcando otro paso evolutivo para tales negocios.
Uno de los primeros clubes de Santiago en enfatizar su diferencia con la generación anterior de “filóricas” populares había sido la Academia Elegant-Dancing, también de barrio San Diego, pero con un perfil de clientes más acomodados, menos populares que otros casos. Así la describe Rakatán, basándose a su vez en los testimonios y recuerdos de Vásquez Jeria:
La gente más "jaivona" concurría a los bailes de lo que se llamaba la "Academia Elegant-Dancing" de la calle San Diego donde resonaron los inolvidables sones de "la Danza de las Libélulas"; del Shimmy "Sussy" y del alegre Pasodoble: "Valencia", a cuyo compás nacieron miles de apasionados amores.
El Jardín de Danzas del Luna Park, por su lado, destacó a pesar de su corta duración en donde está ahora la Plaza Tirso de Molina, al borde del río. Lo mismo sucedía con los restaurantes abiertos en los años veinte en el cerro San Cristóbal, el Dancing Park del Parque Cousiño y el centro de eventos de La Terraza del Forestal, por nombrar a otros de los precursores de los dancings al aire libre en Santiago.
Caluga publicitaria del club Torre Eiffel, en la revista "En Viaje" de 1934. Otro de los primeros dancings clubs de su tipo, ubicado en Rosas 1023, en un local hoy ocupado por una tienda de cortinas y artículos de tapicería.
Publicidad del bar, restaurante y cabaret Patio Criollo, en Bandera 868, en la planta baja del edificio en donde funcionaba el Hotel Bandera, en algún momento llamado también Hotel Versailles. Publicado en la revista "En Viaje", en 1946. Hoy, aquel espacio es un restaurante de comida extranjera. Como se observa en la oferta publicitaria, todos los cabarets y boîtes de la época tenían algo de dancing club.
Página de revista "En Viaje" con publicidad para el cabaret y salón de baile Viena del Portal Edwards, en abril de 1934. El nuevo perfil de los salones bailables de la bohemia santiaguina ya estaba instalado.
Publicidad para la terraza hacia fines del verano de 1934, en la revista "En Viaje".
Aviso del Tap Room de calle Estado en revista "En Viaje", año 1944, cuando los dancing clubs habían desplazado a las "filarmónicas" y "filóricas". Este club era famoso por su pista de baile de cristal iluminado.
Un famoso aunque efímero boliche de la misma época y estilo fue el Dancing Comedor Torre Eiffel, en Rosas 1023, otro de los más antiguos en presentarse como tal, hacia 1934: “El más elegante y confortable de la capital”, según su publicidad, “Paraíso del buen gastrónomo” con pista de bailables nocturnos al son de la “regia orquesta y variedades” con ritmos típicos y jazz, hasta las cuatro de la mañana. Su dueño y anfitrión fue don Luis A. Marambio M., prometiendo que su menú era “de 1ª, similar al antiguo Peñafiel” (célebre boliche de barrio Matadero): criadillas, cocimientos, chancho a la chilena, chunchules, mollejas, malayas, charqui de vacuno, tallarines, ravioles a la genovesa, ñoquis a la napolitana, polenta piamontesa, menestrón, pecados, maricos, clery tutti frutti y colas de mono. Un buen almuerzo o comida quedaba cubierto allí con cinco pesos. Su antiguo local hoy es ocupado por una tienda de artículos de costura y confecciones.
Más al poniente del mismo barrio estuvo el Coquimbo-Atacama, en donde se instaló después el Rancho el Rodeo, en Rosas 1165. Este local intercaló sus fiestas bailables con presentaciones de Alberto Ruiz, el Dúo Traverza, la Sonora Los Peniques, la Banda Arepa y el grupo Llovizna, entre muchos otros, con parrilladas y pollo al cognac a la mesa. Aunque todavía atraía público en los ochenta, un incendio lo destruyó por completo el local.
Por supuesto, existe un enjambre de otros buenos ejemplos más sobre el perfil de los nuevos establecimientos bailables que llegaban a la oferta santiaguina como paso evolutivo siguiente en el camino de las clásicas salas, pero con los casos retratados ya puede hacerse un bosquejo general de la tendencia que dominó a la baraja recreativa nocturna, hacia mediados del siglo y hasta unos años después.
A la aparición de aquellos espacios con jornadas o veladas orquestales en locales comerciales terrazas y hoteles, se sumaba el que muchos grupos gremiales o instituciones comenzaron a disponer de sus propios lugares para tales encuentros, al servicio de sus miembros o para eventos de carácter comercial. Por ejemplo, los trabajadores veguinos tenían su centro de bailes y eventos por avenida La Paz, en la sede de la Asociación Nacional de Comerciantes, que todavía existe cerca del cruce con Dávila Baeza; y la compañía Chilectra disponía de su concurrido club social para semejantes objetivos. En los Campos de Sports de Ñuñoa se llegaron a realizar “Velo Dancings”, así llamados por ocupar la pista del velódromo; y famosos eran los bailes con banquete del Partido Radical en la Quinta Normal. La Federación de Estudiantes de Chile, en tanto, organizaba su gran jornada bailable en Plaza Bulnes, en la primaveral Fiesta de los Estudiantes.
Al momento de cobrar fuerza el llamado “barrio chino” de calle Bandera llegando a Mapocho, especialmente entre mediados de los años treinta y hasta los cincuenta, el concepto del dancing club con el que se ofrecían muchos de sus boliches ya había desplazado velozmente al más tradicional y clásico de los ambientes “filóricos”, por desarrollo natural del medio. Modelos más modernos como el de las discotecas o fiestas bailables, en cambio, si bien son equivalentes a los roles de las antiguas salas de "filóricos" y dancing clubs, no están en la línea de continuidad con aquellos, pues respondieron más bien a importación de nuevos esquemas.
Entre
los últimos establecimientos que intentaron mantener clásicos modelos de
diversión con bailables tomados de los dancings clubs en Santiago,
probablemente estuvo el Maxim de avenida Matta con Carmen, que después pasó a
llamarse Broadway, Maniquí y, a partir de 1996, Cover, variando su fórmula
comercial a discoteca y cerrando en 2017, finalmente. Por su parte, clásicos
como Los Buenos Muchachos de avenida Cumming o El Chancho con Chaleco de Maipú,
entre otros, conservan parte de aquel cariz de antaño aunque con claras
innovaciones y modernizaciones en su oferta.
Solo como curiosidad, cabe recordar que ya pasada la época de los grandes dancings, en plenas restricciones bajo el pesado dedo militar y cuando esta propuesta de diversión se hallaba en sus boqueos agónicos, un programa de televisión revivió efímeramente la época de los bailables y los concursos que se hacían en los mismos: “El Gran Baile” de Televisión Nacional de Chile. Allí, las parejas competían por premios durante sesiones de danza ante un jurado, con estilos similares a los que se veían en aquellas noches de tiempos sepultados como vals, tropical, tango, twist, rock and roll o chachachá (cada semana era un baile diferente). El show fue conducido por Antonio Vodanovic bajo dirección de Sergio Reisenberg, en 1980, transmitido en directo desde el Casino Las Vegas de Santiago. ♣
Gracias por tan amenas historias que nos permiten viajar al pasado y disfrutar de la bohemia citadina.
ResponderEliminar👍👍👍
EliminarSupera largamente la expectativa. Lugares que no tenía idea de su existencia.
ResponderEliminar"Maravillosos tiempos! ¡Se excitaban comiendo empolvados!”." Simplemente genial‼
Gracias.