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EL BAILE DEL SIGLO EN EL PALACIO CONCHA-CAZOTTE

Algunos de los asistentes a la gran fiesta, en el álbum “Baile de fantasía Concha Cazotte”, publicado en octubre de 1912.

En la Alameda de las Delicias, por donde está ahora el pintoresco Barrio Concha y Toro entre las avenidas Brasil y San Miguel, actual Cumming, existió una de las obras arquitectónicas más espectaculares y suntuosas que haya poseído Santiago y todo Chile a lo largo de su historia urbana: el Palacio Concha-Cazotte, símbolo de una época de esplendor económico para el empresariado minero del siglo XIX y de las pretensiones más grandilocuentes que llegaron a dominar el gusto de la aristocracia chilena.

El extraordinario edificio había sido una obra encargada por su primer dueño, el ex cateador de desiertos y ahora magnate de la plata de Caracoles, don José Díaz Gana. Era la ostentación máxima del buen momento que vivía el acaudalado señor. Si bien aquel yacimiento no era tan fastuoso como otros hallados antes en el mismo gran despoblado de Atacama y en Bolivia, llegó a ser rico y ambicionado al punto de que originó un boyante pueblo de obreros y jefes, con iglesias, fondas y todo, siendo considerado la más grande mina argentífera de su época en el país, tras el cierre de Chañarcillo. Casi nueve años duró la bonanza, antes de agotarse. También fue una de las razones por las que Bolivia reclamó contra el Tratado de 1866 en los años de gestación de la Guerra del Pacífico, pues el acuerdo de límites establecía un área de condominio y repartición de riquezas en la que justo quedó adentro Caracoles, por escasa distancia, al ser descubierta en 1870 por el propio Díaz Gana con su equipo de intrépidos exploradores del desierto.

Holgado en recursos y creyendo que la riqueza era inagotable, entonces, don José no tuvo problemas en solicitar al arquitecto alemán Teodoro Burchard, a la sazón residente en Valparaíso, uno de los trabajos más ostentosos e impresionantes que se hayan hecho en la arquitectura nacional, con un castillo de proporciones inéditas, de unos 3.500 metros cuadrados construidos en estilo morisco, neoclásico y neogótico de toques itálicos.

El edificio se insertó de cara a la Alameda de las Delicias en una preciosa quinta con admirables jardines y paseos que llegaban más allá del sector de la actual calle Erasmo Escala, verdadero parque particular del empresario por el que se llegaría entre setos, matorrales y campos de césped hasta la escalinata monumental de mármol y las puertas de ingreso hacia los maravillosos salones y corredores con los que soñaba el empresario. La propiedad del terreno había sido comprada en 1872, bautizándola Quinta Caracoles, y las obras encomendadas a Burchard serían concluidas hacia fines de 1875, siendo llamado efímeramente como Palacio Díaz Gana en aquellos días.

El hermoso edificio lucía en sus volúmenes exteriores tres enormes cúpulas doradas de rasgos árabes con altos minaretes posteriores, terrazas finamente almenadas y torreones con campaniles de cierta influencia bizantina en sus líneas. Interiormente, todo se veía colmado de lujo y elegancia, con vitrales, dos chimeneas de mármol y una de ónix, entre los finos trabajos de mampostería en mármol de Carrara y otros materiales de cantería artística. Cinco salones de exquisito artesonado se encontraban dispuestos en el castillo.

Sin embargo, Díaz Gana prácticamente no alcanzó a habitar su querida quinta, pues la crisis económica de ese mismo año lo llevó a replantear raudamente sus propiedades y desprenderse del palacio, vendiéndolo en el año siguiente a don Enrique Concha y Toro, otro acaudalado empresario de la época y también dedicado a la industria minera, además de la actividad política.

Casado con doña Teresa Cazotte, una distinguida dama de la alta alcurnia chilena de entonces, don Enrique convertiría el castillo no sólo en un lugar de intensa actividad familiar, sino también en uno de los centros de vida social más importantes de su tiempo, favorito de lo más selecto de las clases acomodadas. El matrimonio lo alhajó, además, con antigüedades, esculturas y toda una galería de arte propia, incluyendo obras de Rubens, Zampieri y Van Diepenbeeck, entre muchos otros. Su parque incorporó animales libres, como cisnes en sus estanques y en una verdadera laguna privada, justo enfrente del edificio.

Detrás de las bellas rejas de forja, los Concha Cazotte organizaron en su ciudadela las fiestas más increíbles y famosas de entonces, inscritas en las principales páginas de las historias de la alta sociedad, incluyendo la visita de mandatarios internacionales y celebridades de la época. Ya habían sido anfitriones de otras anteriores allí, por el Centenario. Sin embargo, una de ellas alcanzó características de leyenda, con algo nunca antes visto antes ni después dada su espectacularidad y los grados de lujo desplegados, al punto de que se siguió hablando de ella por décadas.

El extraordinario evento social ha sido investigado con gran detalle en nuestra época, por algún curioso interés retrospectivo. Entre otros, destacan la historiadora Emilia Müller, vinculada al Museo Histórico Nacional, y los expertos en historia patrimonial Mario Rojas Torrejón y Fernando Imas Brügmann, de la firma Brügmann Restauradores. Autores como los mencionados han sido responsables de haber entregado el retrato más acabado y esmerado, o acaso de revivirlo, sobre aquella fiesta de disfraces realizada ese inolvidable martes 15 de octubre de 1912.

El evento se planeó durante tres meses, pero justo en un período en que tendría lugar un fuerte temblor en Santiago, seguido de pronósticos agoreros sobre catástrofes, llevando a varias familias dejar sus residencias y levantar carpas en la Alameda, Parque Forestal y Plaza Brasil hasta sólo unos días antes de la fiesta, pues la gente seguía aún traumada con el terrible terremoto de 1906. Afortunadamente, el temor popular cesó a tiempo y así retornaron a sus hogares, dejando lista la ciudad para testimoniar la fastuosa celebración que se aproximaba.

Cabe señalar que las “tertulias musicales” y las fiestas de máscaras, disfraces o tipo venecianas se realizaban en Chile desde tiempos coloniales, con varios casos recordados por memorialistas en teatros y centros de eventos del siglo XIX y principios del XX. Incluso el popular barrio de La Chimba se permitió algunos encuentros de este tipo, según informa J. Abel Rosales, en el teatro del Hipódromo de La Cañadilla. Fue una larga época de bailes y fiestas, a veces organizados también por otros conocidos magnates. En septiembre de 1885, por ejemplo, don Víctor Echaurren Valero había celebrado el cumpleaños de su esposa Mercedes Herboso España con otra extraordinaria y esplendorosa fiesta de 500 invitados, reinaugurando el palacio que habían comprado en calle Dieciocho. Posteriormente, en agosto de 1905 el empresario Agustín Edwards MacClure organizó en su residencia de Agustinas otro baile de fantasía y disfraces, abundando los de sultanes, condes, marqueses, cortesanas y otros parecidos. Y observa Muñoz Hernández que el mismo Palacio Concha-Cazotte había sido ya escenario de un baile de fantasía en las apoteósicas Fiestas Patrias del Centenario, el 17 de septiembre 1910, en medio de los festejos oficiales, encuentro organizado por el matrimonio dueño. De similar modo, el Club de la Unión ofreció otra gran fiesta en esos días, organizada por su presidente don Salvador Izquierdo Sanfuentes y su distinguida esposa Delia Matte, todo un personaje de la vida social de esos años.

Empero, absolutamente ninguno de aquellos encuentros anteriores había sido como el que ahora se aproximaba: la planificación de la nueva y exclusiva fiesta tuvo una prolijidad inédita, lindante en la perfección, y los resultados avalaron el esfuerzo. Fue otra de las características que la hicieron única en la historia, sin parangón en muchos aspectos y, desde varios puntos de vista, resultando ser un hecho inédito en la vida de las élites del país hasta entonces, más allá de que los concurrentes eran todos de apellidos “vinosos” y de la verdadera obsesión que se había instalado en imitar patrones provenientes de la cultura francesa.

El día escogido por doña Teresa era el de su santa patrona, Santa Teresa de Jesús. Los más lujosos carruajes corrían hacia horas de esa tarde por la Alameda rumbo a la quinta de los Concha Cazotte, llevando a los cerca de 300 invitados. Los caballeros iban con los mejores disfraces y sombreros disponibles a la sazón en el país, mientras que las damas también lucían sus vestidos apropiados a la fiesta de fantasía, caracterizadas con plumas, velos, encajes, piedras preciosas y otros lujos impensados en las calles de la sociedad santiaguina de entonces. Abundaron los tocados, tiaras, broches, flores, sedas, pelucas y joyas, como se confirma en las fotografías realizadas en el evento.

Palacio Concha Cazotte en donde está el actual barrio Concha y Toro. Imagen perteneciente al Fondo Odber Heffer (Universidad Diego Portales).

Comedor construido especialmente para la fiesta en la terraza interior. Imagen del álbum “Baile de fantasía Concha Cazotte”.

Más invitados, en las escaleras de ingreso al palacio. Álbum “Baile de fantasía Concha Cazotte”.

Familia Concha Cazotte, los anfitriones y organizadores del magno evento. Álbum “Baile de fantasía Concha Cazotte”.

Acompañada de sus hijos Teresa, Luisa y Enrique en trajes de estilo mansión, doña Teresa recibió a todos los invitados en el salón celeste, engalanada con un disfraz sencillo pero muy destacado de María Antonieta, siendo aplaudida por los presentes saludando su desbordada elegancia tras descender de sus calesas.

Los demás allí presentes no estaban ataviados con menor realce que los dueños de casa. Sirva de ejemplo el caso de Eduardo Salas Undurraga, disfrazado del Káiser Guillermo II, y su esposa doña Adela Salas como Juana de Aragón de acuerdo al retrato que hiciera de ella Rafael. Los hermanos Juan y Ezequiel Undurraga, en tanto, llegaron como los directores de la guardia imperial que acompañaba a la pareja, con perfectos uniformes y cascos. Otros se vieron con antiquísimos trajes dignos de un museo, recuperados desde alguna colección personal o baúles familiares en ciertos casos. También hubo allí cortesanos medievales, emperadores romanos, majas españolas, japonesas, mosqueteros, zuavos, bufones, lanceros, soldados imperiales, uniformes del tiempo de la Independencia, griegos antiguos, moros y muchas otras caracterizaciones.

Tras el intercabio entre los invitados, los retratos fotográficos y la reunión social diurna, el programa de la velada comenzó poco antes de la medianoche. Un comedor especial para 150 personas se habilitó en la terraza con invernadero, contando con mesas independientes. Todo se hacía con un puntilloso protocolo, llevando también a los invitados al abovedado salón principal, en donde siguieron recibiendo agasajos. Había de todo en el banquete francés esperándolos: paté foie gras, langosta, pavo, vinos galos, los mejores champagnes y ponche a la romana. Los platos de algunas rondas eran de plata proveniente del mismo mineral de Caracoles del primer dueño del palacio, curiosamente.

Mientras todo eso sucedía, la orquesta tocaba música desde el segundo nivel del edificio. Aquella noche, además, quedaron iluminados los jardines con tenues pero hermosas luces ocultas entre la vegetación, creando una maravillosa y nunca antes vista atmósfera en el lugar, como si acaso los encantos de la fiesta hubiesen sido pocos o insuficientes.

La revista porteña “Sucesos” del 24 de octubre, dedicó algunas páginas e imágenes a la celebración en el reportaje “El gran baile de fantasía”, basado en lo que informó por entonces en la capital la revista “Zig-Zag”:

Nada puede complementar mejor nuestra información gráfica respecto del gran baile de fantasía del martes 15 del actual que la impresión recogida y manifestada por un cronista social santiaguino. El fastuoso palacio bizantino que la familia Concha Cazotte posee en la avenida de Las Delicias, de ordinario sumido tras sus verjas en la semi-oscuridad de sus jardines, brillaba anoche, adornado con todas sus galas para servir de teatro a la más magnífica de las fiestas sociales que hayamos presenciado en Santiago, a un baile de fantasía espléndido que dejará imperecederos recuerdos en la presente generación.

Recordábamos aún la regia fiesta con que el Sr. Enrique Concha y Toro y señora festejaron a nuestros huéspedes extranjeros en el Centenario de nuestra Independencia; conservábamos aún impresa en nuestra retina el golpe de vista de aquellos salones de lujo asiático, únicos en Santiago, en que se encontraron reunidos los diplomáticos de tantas naciones y la élite de nuestra sociedad, y creíamos que no podría presentarse nada más brillante. Pero al pasear nuestra mirada asombrada por esos mismos salones, que formaban anoche marco a una multitud de variedad inmensa, vestida con regios trajes de otras épocas, resucitando a cada instante pasajes de la historia, ambiente de otras tierras lejanas y exóticas; al contemplar el correcto caballero de la época de 1830, alternando con una pierrette, a una pescadora napolitana con un turco, a un botón de rosa, recordando primaveras al lado de un invierno; al ver estos contrastes raros y al mismo tiempo encantadores, hubimos de confesar que esto era mejor que aquello. Un palacio oriental con sus ojivas, con sus cúpulas, con sus arabescos y sus jardines, era aún más espléndido en traje de fantasía.

Entrando en detalles sobre el decorado dispuesto en el palacio para la magna ocasión, señala el mismo artículo que había en él “hilos de luces que hacían destacar su arquitectura extraordinaria”, con el fondo de la noche y de los árboles posteriores de la enorme quinta. La servidumbre estaba “correctamente tenida de frac y pantalón corto”, formando calle en la escalinata de mármol de ingreso a la propiedad, a la que se llegaba entre jardines con palmas chilenas. Y continúa el corresponsal de Santiago:

La gran marquesa de la orden, que da acceso al parque por el lado norte de la casa, había sido artísticamente cerrada, formándose, al mismo nivel de la galería posterior, un gran local, magníficamente alumbrado con líneas luminosas que seguían la arquería de fierro, donde se habían colocado innumerables mesitas, cubiertas de preciosas flores, destinadas a la gran cena.

Imposible describir el efecto deslumbrante y soberbio que producía este inmenso comedor, en el cual podían tomar asiento más de ciento cincuenta personas a la vez.

Fue esto una feliz innovación, el buffet de pie quedó proscrito y la charla de las mesitas sirvió para aumentar la animación de la fiesta.

El cotillón, bailado por treinta parejas en el salón que corona la cúpula central, resultó de extraordinario brillo, pues se unió a su natural alegría el aliciente del espléndido golpe de vista que los trajes de fantasía le prestaban. El jardín del frente estaba también habilitado para la fiesta, y las parejas alternaban entre salones y parque. Los jardines desde las terrazas del palacio parecían una resurrección.

Las impresiones dejadas por un baile como el de anoche no son para descritas; la variedad inmensa de indumentarias y colores nos ha grabado en la mente una orgía de imágenes, que imposible sería ordenar, y más difícil aún, transmitir a nuestros lectores por medio de las estrechas columnas del diario.

El recuento minucioso de los trajes más sensacionales sugiere que los mejores fueron femeninos, a pesar del esfuerzo de los varones. “Sucesos” menciona a Irene Riesco Errázuriz y Elena Phillips Reyes como aldeanas del período Luis XV; Eliana Saavedra Baeza de florista y Adela Balmaceda Pérez en traje rosado, ambas también a lo Luis XV; Raquel Aránguiz Vicuña, Sofía Zégers Tupper, Casilda Pérez  Peña, Alicia Valdés Frelle, Sara Izquierdo Valdés, Adriana Izquierdo Phillips y Rebeca Valdivieso Valdés en trajes de ese mismo período; Victoria Claro Salas de pastora también de tiempos Luis XVI; Adriana Lyon Lynch como holandesa, Delfina Edwards Bello como pollita blanca, Olga Edwards Bello de rosa, Luz Ovalle Castillo como cracoviana, Inés Larraín Echeverría de egipcia, María C. Balmaceda Valdés como la marquesa de Pompadour, Cristina Riesco Errázuriz como espigadora, Sara Ovalle Castillo como aldeana rusa, Teresa Aldunate Errázuriz de turca, Sara Morandé Campino a lo dama del Segundo Imperio, Adriana Toro Astaburuaga como vendedora de pájaros; Blanca Zañartu Luco y Gabriela Hurtado Alcalde en trajes del Imperio; María Varas Izquierdo y Teresa Valdés Ortúzar de mariposas; Delfina Montt Pinto e Irene Lecaros Barros como pescadoras napolitanas; Ester Echaurren Clark de campánula, María Wilms Montt representando al invierno, Raquel Echeverría Cazotte como abogada francesa, Adelaida Guerrero Cood de botón de rosa; Josefina Valdivieso Barros, Adriana Barros Puelma y Elena Fabres Blanco como mujeres persas; Adriana Larraín Morandé, Carmen Cruzat y Teresa Agüero Herboso representando a Manon Lescaut; Sara Besa Montt, Luisa Foster Alcalde, Julia Tagle Aldunate, Raquel Echaurren Herboso y Lucrecia Cerda Silva como mujeres orientales; Blanca Tagle Aldunate y Carmen Morla Lynch en trajes tipo 1830; María Edwards Mac Clure en vestido de 1840, Clarisa Larraín Cotapos de pastora, Manuela Ossa Lynch como aldeana, Julia Alessandri Altamirano como africana, María Alcalde Valdés representado a Manola, Raquel Borgoño Barros de azucena, Rosa Pereira Montes como florista, Lucía Besa Rodríguez como lirio; Rebeca Izquierdo Phillips caracterizando a Caperucita Roja, Rosa Elvira Matte Hurtado a Carmen, Elisa Barros Puelma tipo aldeana sueca, Emma Subercaseaux Ovalle de alsaciana, Teresa Hurtado Concha vestida de Carlota Corday, Mercedes Phillips Peña a lo aldeana normanda; Marta del Río y Ester Agüero Herboso como mujeres de la India; Virginia Zégers Tupper, Isabel Pérez Peña y Marta Walker Linares de gitanas; Emma Tagle Aldunate a lo Pierrette y Paulina Barros Puelma en el mismo personaje pero del período Luis XV.

Para hacer justicia con las menciones vale señalar que, con sus propias caracterizaciones, estuvieron allí también los señores Nicolás Hurtado, Jorge Rodríguez, Domingo de Toro, Renato Besa, Jorge Balmaceda, Patricio Irarrázaval, Jorge Astaburuaga Lyon, Hernán Díaz Cruchaga, Jorge Phillips, Luis Tocornal Fernández, Francisco de B. Cifuentes, Carlos Hurtado, Arturo Izquierdo, Raúl Besa, Ricardo Videla, Fernando Covarrubias, Fernando Larraín, Fernando Eguiguren, Julio Pérez-Cotapos, Moisés Bernales, Carlos Prado Amor, Álvaro Santa María, Carlos Salinas, Francisco Rivas Vicuña, Octavio Vicuña, Alberto Izquierdo, Alfonso Sutil Prieto, Juan Alberto Fernández, Héctor Carrasco, Manuel Cerda Silva, Alejandro García, Eduardo Correa, Vicente Izquierdo, Manuel Cruzat, José Manuel Balmaceda, Adolfo Freudenburg, Tadeo Izquierdo, Ricardo Beaugency, F. Aberastain Oro, Ramón Noguera, Nibaldo Correa Barrios, Álvaro Orrego, Ramón Ramírez, Alfredo García Huidobro, José Luis Lecaros, Ricardo Valdivieso, Jorge Echaurren, José Nixon, Carlos Ossa, Jorge Pérez Ruiz-Tagle, Juan Enrique Micalde, Mariano Fontecilla, Luis Echazarreta, Luis Ramírez Sanz, Pedro Ruiz Tagle, Javier Echeverría Vial, Pastor Valdivieso, Estanislao Fabres, Alfonso Lastarria, Carlos Iñiguez Larraín, Ricardo Figueroa, Enrique Figueroa, Augusto Videla, Domingo Izquierdo, Víctor Besa, Enrique Ovalle Castillo, Enrique Aldunate, Gustavo Irarrázaval Lira, Carlos Lazcano Valdés, Ismael Undurraga, Vicente Correa, Luis Izquierdo, Florencio y Enrique Villamil Concha, entre muchos otros. Por lo extenso, sin embargo, nos ahorraremos referir acá a sus respectivos disfraces.

La maravillosa fiesta con baile fue registrada no sólo por la prensa y la crítica más docta, sino también por un especial fotográfico de la Casa Heffer, titulado el “Baile de Fantasía Concha-Cazotte”, publicado ese mismo año por la Imprenta Barcelona. Allí se pueden repasar con detalle los nombres y disfraces de los invitados al más copetudo evento de la época.

Quienes tuvieron la fortuna y el privilegio de concurrir al que fue llamado para la posteridad como el Baile o la Fiesta del Siglo de los Concha Cazotte, serían la envidia del resto de los santiaguinos durante largo tiempo, por lo mismo. Incluso, hubo algunos intentos posteriores por imitarla, pero nunca pudieron aproximarse siquiera a aquel magno acontecimiento capitalino. Era difícil que pudiese haber otro evento semejante en el ambiente, porque su realización coincidió con el período en que comienza a decaer el auge minero que había creado las fortunas de entonces, afectando a muchas de las familias más pudientes que vivieron del negocio.

La memoria de la fiesta sobrevivió más tiempo que el propio Palacio Concha-Cazotte y la quinta, de hecho: tras morir don Enrique, en 1922, la viuda comenzó a caer en problemas económicos y la familia no pudo conservar la fortuna. Para peor, la trágica muerte de su hija Luisa Concha por una intoxicación alimentaria, fue un golpe de depresión que empeoró las posibilidades de recuperar la bonanza perdida. Doña Teresa acusó recibo de este trauma, dejando atrás las ostentaciones y dedicándose más a su lado filantrópico, preocupada de otorgar importantes ayudas sociales.

Decidida a desprenderse de las deudas que cargaba el entonces deteriorado palacio, la dueña tomó la opción de vender la quinta encargando el loteo a don Arturo Besa Rodríguez, del mismo círculo de empresarios mineros de su fallecido esposo. La propiedad acabó destruida, siendo considerada por muchos otra de las grandes pérdidas patrimoniales de la historia del Santiago más romántico y clásico.

Hacia 1926, comenzó allí la construcción del barrio Concha y Toro, con el hermoso Teatro Carrera de cara a la avenida, el que por algún tiempo tapó la vista al vetusto palacio, demolido por completo en 1933 y tras una corta vida de sólo medio siglo. Los nuevos inmuebles que ocuparon lo que fue la antigua quinta fueron obras de importante casas de arquitectos, como las de Siegel, Larraín Bravo, Smith Solar, Machicao, Bianchi, González Cortés y Álamos, aunque conservando mucha coherencia entre sí y con el diseño urbanístico común en la misma, de inspiración medieval, alrededor de su plaza y con sus calles hermosamente empedradas.

Doña Teresa Cazotte, en tanto, falleció a avanzada edad a principios de los años treinta. Aunque se la ha preferido recordar por la ostentación de los años alrededor del Centenario y por aquella celebración extraordinaria de 1912, la verdad es que también fue fundadora de la primera sala cuna destinada a asistir a madres de clases trabajadores y a acoger niñas abandonadas, llamada Las Creches, además de organizar gran cantidad de eventos, obras de teatro y encuentros de beneficencia.

Más de un siglo después de realizada la célebre e inolvidable fiesta de disfraces del Palacio Concha-Cazotte, todavía retumba en el recuerdo su eco, como una leyenda indeleble de la historia de la vida social y recreativa de Santiago, quizá mucho más idealizada de cómo realmente fuera. El 31 de octubre de 2007, por ejemplo, la nostalgia histórica organizó un “Baile de Máscaras” recordando a la fiesta de los Toro Cazotte, trasladando a los asistentes desde la ubicación de Alameda con República en carruajes y victorias, hasta las puertas del Club Hípico en donde esperaba un gran bailable con la música en vivo de La Sonora de Tommy Rey y de otros grupos. El encuentro fue dirigido por un animador caracterizado como el Marqués de Cuevas (Jorge Cuevas Bartholín), célebre y excéntrico personaje de origen chileno, empresario de espectáculos y coreógrafo que se hiciera conocido en la alta sociedad neoyorkina y europea entre los años treinta y cincuenta, relacionado también con la familia Rockefeller.

Posteriormente, la misma producción de espectáculos organizó para el 17 de octubre del año siguiente, esta vez en el Castillo Hidalgo del cerro Santa Lucía, un encuentro conmemorativo de la fiesta también con máscaras y vestidos a la usanza de la época. Este singular encuentro se realizó en el marco del programa de celebraciones titulado “Santiago de 1900”, anticipando desde ya un poco de los ánimos y evocaciones que se verían después en las fiestas del Bicentenario Nacional.

Un tiempo después, entre el 7 de noviembre y el 24 de marzo de 2012, se montó la exposición con visitas guiadas “Baile y fantasía. Palacio de Concha Cazotte, 1912” en el Museo Histórico Nacional, precisamente al cumplirse el centenario de aquella fiesta. La muestra incluía información, fotografías y algunos de los valiosos trajes usados en la época.

Finalmente, cabe señalar que en la Plaza Libertad de Prensa del barrio Concha y Toro, se han realizado otras importantes ferias temáticas y festivales populares como el llamado “Baile de Fantasía y Máscaras”, conmemorando también aquella mítica fiesta palaciega que ya es parte del legendario de Santiago, con levantamiento de stands, carpas comerciales, ventas de artesanías, exposiciones artísticas, recorridos turísticos y presentaciones de teatro y música en un escenario, pues aún quedan rondando algunos de sus lejanos fantasmas.

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