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DÍAS DORADOS DEL CABARET ZEPPELIN Y SU “BARRIO CHINO”

 

Publicidad del Zeppelin para sus eventos de Año Nuevo de 1956, en "Las Noticias de Última Hora".

El Zeppelin, mítico boliche de Humberto Negro Tobar González, tenía un fuerte y casi cegador brillo propio: con sus seductores lemas promocionales como “donde la noche es corta” fue, esencialmente, un cabaret que aspiró al “buen pelo” y el primero de su tipo en Santiago. Se constituyó también como el antecesor de los establecimientos tipo night clubs y cafés topless modernos que estuvieron de moda y apareciendo con más desenfado (y menos refinamiento) en épocas posteriores de la ciudad.

El local del Zeppe, como le llamaban muchos, se ubicaba en calle Bandera 856 junto al ex Hotel Bandera (en algún período llamado también Versalles) en cuyo zócalo estaba también el restaurante El Patio Criollo y la desaparecida sombrerería Dinamarca, este último espacio correspondiente hoy a un club de “chicas” de poca luz y música estridente. Esto es casi enfrente de Aillavilú, en el corazón de lo que era el noctámbulo “barrio chino” de Mapocho.

El cabaret habría sido fundado hacia 1924 o 1925 por don Carlos Simón, el mismo del posterior restaurante y cabaret La Cabaña, que también fue atractivo para escritores e intelectuales en calle Bandera. Inicialmente, sin embargo, el Zeppelin estuvo en la dirección del 848, en lo que fue la Galería Comercial Valdivieso Blanco y precisamente en donde había existido antes el Centro Joaquín Pinto Concha, club social en el que tenían lugar reuniones como las de la Asociación General de Empleados y la Cooperativa de Choferes de Chile hacia principios de aquella década, entre otras instituciones. En el mismo sitio se habían realizado algunas presentaciones especiales como las del Centro Artístico Pepe Vila, además; contaba con una pastelería y salón de refrescos, aunque esta aparecía a la venta en 1923.

Dando sus pasos de debut, el Zepellin contaba ya con salón, bar, comedores y cigarrería. Sería también uno de los primeros en alinear el aspecto de la bohemia que poseería a partir de entonces la clientela del barrio, así que tuvo por vecinos, con el tiempo, a otros establecimientos como La Estrella de Chile, el Teutonia Chico o el cabaret Tabaris, este último su competidor en el barrio mientras ocupó el antiguo local de Las Torpederas, antes de emigrar a Alameda con Estado.

A poco de comenzar, el establecimiento había reclutado atracciones como Los Gauchos Argentinos, trío compuesto por los artistas Copelli, Herrera y Bolignini. Con una presentación de ellos más su orquesta estable se inauguró, en la tarde del sábado 27 de febrero de 1926, una "cabina azul reservada" para su ya numeroso público, informando en avisos de prensa que el nuevo espacio era "de estilo colonial", ubicado en el número 856 de la misma calle Bandera. El lugar venía a ser algo así como un "Zeppelin chico" durante el tiempo en que estuvo en servicio como espacio complementario, pero en poco tiempo terminaría siendo su cuartel central, mientras que la anterior dirección del 848 fue ocupada después por otros famosos centros del mismo rubro recreativo, como La Estrella de Chile y más tarde El Rey del Pescado Frito.

Según el peruano Luis Alberto Sánchez, quien parece haber conocido bastante bien al Zeppe, este dirigible de tierra había sido concebido “para gente de bronce y marfil”. Y el audaz Tito Mundt agregará sobre él:

Bastaba llegar hasta el local y sacar a bailar una niña de las que “hacían mesa”, para que se levantar rápidamente un capítulo completo de la sección policía que decía secamente:

-¿Qué te metís vos, mocoso de porquería…?

Además de su oferta gastronómica, el establecimiento tenía presentaciones en vivo a las que asistían escritores y artistas de renombre, visitado una vez incluso por el maestro Claudio Arrau, quien tocó un jazz espontáneamente en el piano acompañado de músicos locales, tras bajar del escenario la espectacular orquesta de Porfirio Díaz. Mario Oteíza también ejecutó allí la batería de los bailables, y el maestro Manuel Contardo dirigía a su propio conjunto. Animó el presentador Nino Malerba, mientras la cantante argentina Sara Pradas, más conocida como Lily Arce, iniciaba parte de su carrera profesional bajo estas luces coloridas del Zeppelin. Muchas otras figuras pasaron por el local, que se presentaba orgullosamente en su publicidad como mid night club, con un enunciado seductor: “El centro de reunión nocturna más simpático de la capital. Dos regias orquestas dirigidas por el maestro Juan Parra. Regias variedades internacionales”.

Fue así como el negocio había conseguido ganarse un lugar de relevancia y reconocimiento en las páginas culturales de Santiago, reuniendo una variada clientela desde la fauna mansa a la más chúcara y que, según Oreste Plath, incluía “personajes encopetados, obreros, funcionarios, escritores, pintores, cantantes, vagabundos acunados por algunas horas sin distingo de clases sociales”. Dicen también que cerraba a las altas horas de la madrugada, ya cerca del amanecer, y que más de alguna noche se pasó de largo para continuar otra vez con su servicio de restaurante mientras alumbrara el sol.

Los rufianes se aparecían a menudo por ahí, como el legendario Cabro Eulalio de reinado propio en Plaza Almagro, misma en donde se recuerda que lo alcanzaría también el karma. Lo propio hacía el Nimbo, otro malacatoso e impredecible cafiche de los barrios San Diego y 10 de Julio, contemporáneo a estos episodios de la vida bohemia y artística en la capital. Ambos son mencionados por Méndez Carrasco en su clásico “Chicago Chico”.

No cabe duda de que el lugar tenía cierta comodidad y encanto dentro de toda la oferta culinaria alrededor de la Estación Mapocho, a juzgar de lo que han escrito de él autores como Juan Luis Espejo, quien lo menciona en uno de sus cuentos describiéndolo como un punto de encuentro y de comidas alegradas accidentalmente por la visita de unos clientes disfrazados de arlequines, en medio de las comparsas de la Fiesta de la Primavera, festivales juveniles y universitarios que también alcanzaban anualmente a las calles de este barrio con colorinches presentaciones, procesiones y desfiles alegóricos.

Sus salas había sido decoradas con estilizaciones de figuras humanas por el artista Diego Muñoz, adicto a las excursiones nocheras en esta misma calle, dejando sus huellas pictóricas también en boliches vecinos como el Hércules y el Teutonia, clubes de ese mismo sector de calle Bandera. Muñoz había conseguido el encargo de estos trabajos murales gracias a Pablo Neruda, quien lo presentó ante los propietarios como un afamado pintor ecuatoriano, cuando la realidad era que recién comenzaba a hacerse una hoja de vida en las bellas artes. De esta manera, trabajó en el Zeppe casi como un Miguel Ángel en los andamios de la Capilla Sixtina, siendo visitado frecuentemente allí por sus amigos durante las labores. Una de esas noches, de hecho, llegó hasta el lugar el crítico de arte argentino Herzel del Solar, conociendo su trabajo in situ.

En "La Nación" del sábado 27 de febrero de 1926, el joven club Zeppelin anunciaba la inauguración de una  "cabina azul reservada" de estilo colonial en el cercano número 856 de Bandera, que acabaría siendo el cuartel principal del mismo cabaret.

Parte del personal del cabaret Zeppelin en 1938, en imagen publicada por "La Nación" a inicios de aquel año. El delgado señor de terno gris a la izquierda de la fotografía, de pie, es el famoso Negro Tobar.


Publicidad para el "teatro-cabaret" en "La Nación", 3 de julio de 1927,  con la presencia del maestro Franco como principal carnada. La dirección principal ya está señalada en el 856.

Publicidad para el cabaret y club Zeppelin en la revista "En Viaje" de FF.CC. del Estado, octubre de 1943, Santiago, Chile.

Más publicidad del cabaret en 1954: bailable, orquestas tropicales y chicas sexis, en "Las Noticias de Última Hora".

Anuncio en el mismo período, siempre con la orquesta tropical de Havana Cuban's como plato central, en "Las Noticias de Última Hora".

Escenas del filme "Tres tristes tigres", de 1968, rodadas al interior del cabaret Zeppelin.

El pintor cobró diez mil pesos por sus murales, aunque sólo la mitad la recibió en efectivo y el resto se le pagó con crédito por cerveza que, por entonces, costaba un peso la botella, pero sólo 25 centavos para Diego, por gentileza de la casa. Según Luis Enrique Délano en sus “Memorias”, las decoraciones cubistas las hizo asistido por otros dos insomnes hospedados del “barrio chino” y miembros del grupo poético y artístico Ariel: Fenelón Arce y Gerardo Moraga Bustamante.

Cuando el cabaret ya estaba en manos del célebre Negro Tobar, este reforzó el carácter de centro de espectáculos y lo hizo saltar por el deslizador de su mejor época, la más celebrada entre quienes lo conocieron. El empresario es considerado, en muchas formas, como el impulsor de lo que reconocemos hoy como la bohemia “moderna” santiaguina, es sabido. Y, según fuentes como el “Diccionario Biográfico Periodístico” (1962), por un tiempo fue socio de esta aventura el famoso empresario de espectáculos Enrique Venturino, el fundador de la Compañía Cóndor del género revisteril y después propietario del Teatro Caupolicán. Uno de los primeros grandes aciertos de Tobar había sido llevar un renovado gran elenco de variedades para sus funciones de día y de medianoche.

El local fue lugar de cena, presentación y de despedida de las artistas coreográficas Hermanas Celindas, a fines de 1939, cuando estas volvieron a Buenos Aires luego de tres meses de intensas actuaciones en Chile. Interesante fue, en febrero de 1940, su revista “El bataclán de amanecida” con la bailarina y cantante Lola Cortez, la folclorista Olimpia Le Roy, los tangueros chilenos Morelia Carreño y Emiliano Zorrilla, el barítono rumbero cubano Rafael Hernández y la pareja danzarina Clarisse & Christian, llegados al país tras hacer presentaciones en Europa y Estados Unidos.

También debutó allí Betty Aranda, la Alondra Chilena, quien había logrado reconocimientos internacionales al momento de ser incorporada al show del cabaret. Subieron a su escenario Olga Hatuey, que incluía baile y canto rumbero; Giselle Chriss, con su muestra de danza clásica; y siguieron largo tiempo más en cartelera Clarisse & Christian con shows de baile clásico y moderno. Con este buen perfil, además, la prensa llamaba al establecimiento como Teatro Cabaret Zeppelin.

El desfile de estrellas de la bohemia en el local fue asombroso. En los cuarenta eran famosas las presentaciones de la Orquesta de Jazz de Ubaldino Carvajal con el cantante Pangue, y la elogiada Orquesta Típica De Franco. Destacaba el cantante, músico y posterior director viñamarino Luis Armando Bonasco (o Bonansco, en ciertas citas), famoso en esa misma década por interpretar canciones argentinas y por tomar papeles protagónicos en la dirección del club tras la partida de Tobar, pero que falleciera en 1956 hallándose en la pobreza cercana al abandono total, asistido sólo por campañas de sus colegas de camarines y tablados, como fue un espectáculo a beneficio realizado el año anterior en el Teatro Cariola. Enrique Lafourcade pudo verlo cantando tangos con la entonces celebérrima orquesta de De Franco, algo que desliza en su gardeliana novela “Hoy está solo mi corazón”.

Otro infortunado artista de la casa zeppelinera fue el trágicamente fallecido cantante Jorge Abril (padre), caído a sólo una cuadra de allí arrollado por un tranvía, en la misma calle Bandera. Es recordado -entre otros aportes- por hacer popular la canción “En Mejillones yo tuve un amor” de Gamelín Guerra Seura, artista hoy convertido casi en un santo popular en la localidad aludida en su canción, allá en su misma región natal, hasta donde fueron repatriados sus restos que hoy tienen un altar propio en el cementerio mejillonino.

Trabajaban más de 80 personas establemente en el Zeppelin: 12 músicos, 21 garzones, cerca de diez empleados y unas 50 bailarinas. En una fotografía publicada por el diario “La Nación” el martes 4 de enero de 1938, en dónde sólo se ve una parte del numeroso personal de entonces, ya pueden contarse 27 personas sólo del staff principal. Durante esta misma etapa, aparecía por allá el periodista deportivo Renato González, el hombre detrás de los pseudónimos Mister Huifa, Ticiano, Rincón Neutral y Pancho Alcina, que escribió desde sus recuerdos algunos sabrosos episodios. Confesó que, hacia 1930, pasaba con sus colegas al cabaret en horas de la madrugada, donde les servían “una cerveza por sesenta cobres”; terminaron siendo amigos de todas las chicas que trabajaban como copetineras adentro:

Nada igual que el Zeppelin del Negro Tobar con sus copetineras amitas. La Luchadora, La Voluntad del Muerto, La Dama Antigua, La Camiona, La Parralina, La Leona, La Guagua, La Chela de Pino, tiempos de la orquesta de Bonansco, de Camiletti. A ver, toquen una clásica y siempre “En un Mercado Persa”. Tiempos del Negro Sánchez, del Negro Brisset, del Cabro Eulalio, de tantos amigos que se fueron. Y era lindo ver a Fernandito bailando tango con la misma elegancia con que peleaba en el ring.

Rafael Frontaura, en “Trasnochadas. Recuerdos, anécdotas, crónicas y versos escritos en diversos países y épocas diferentes que van desde 1920 hasta 1955”, también recordaba con pesada emoción algunos acontecimientos sucedidos con relación al Negro Tobar y al Zeppelin:

En otro aspecto, el Zepellín, de la calle Bandera al llegar a Mapocho, es un cabaret popular incorporado a la vida de la capital, donde también ocurren cosas curiosas.

Una noche, en medio de un ambiente muy bullicioso de concurrencia bastante “emparafinada”, salió un muchacho, flaco y pálido, vestido de negro, a recitar “El Poema de la Guardia Civil”, de García Lorca, y cuando todos creíamos que lo iban a silbar y a tirarle botellas, la concurrencia le hizo un silencio sobrecogedor, lo escuchó con todo recogimiento y respeto, y al final lo ovacionó en tal forma, que el muchacho tuvo que repetirlo.

Cosas que sólo se ven en Chile.

Los imperdibles artistas y noctámbulos como Neruda, Juan Florit, Isaías Cabezón, Homero Arce, Lalo Paschin, Julio Ortiz de Zárate, Tomás Lago y Alberto Rojas Jiménez figuraron también entre los visitantes habituales del cabaret y su barra. Fueron, además, parte de las primeras generaciones de clientes provenientes de la intelectualidad. Esto se prolongó por varias décadas con escritores, periodistas y artistas que no resistían la seducción de tan surrealista sitio, cuya licantropía comercial lo hacía café-restaurante de día y boîte-cabaret en las noches.

Su historia no la escribió sólo la reputación de la clientela o los artistas, sin embargo: uno de sus más famosos garzones del Zeppelin fue don Miguel Fuentes, con destacada trayectoria en el mundo de la atención en restaurantes históricos de Santiago como el Hotel Carrera, El Rosedal de Gran Avenida, el Lucerna, La Quintrala y el Tap Room Ritz, entre muchos otros. La portería era resguardada por el Negro Manuel Moreno, quien tenía también la complicada responsabilidad de echar afuera a los borrachos odiosos, uno de los oficios más necesarios -pero incomprendidos- hasta hoy en la recreación de Santiago.

Ya a mediados de los cincuenta, el cabaret tenía en su cartelera a la Orquesta Havana Cuban’s. La vedette y actriz cubana Yolanda Parolo se despidió de su temporada en Chile en el Zeppelin, con su última presentación en 1954, ocasión en la que compartió programa de show frívolo con la despampanante bailarina nudista Helianne. Otra rompecorazones de esos días era la sensacional bailarina Georgette, de los platos principales del show y muy resaltadas en la publicidad impresa del dancing club.

La música del bailable, en tanto, estaba a cargo de la Orquesta Típica de Juan Cerfoglio y la Orquesta de Jazz de Eduardo González. Presentaba aún Malerba y cantaba en vivo Gregorio Castillo. Dos años después, en 1956, descollaba en su escenario Hortensia, primera bailarina de la orquesta de Pérez Prado; y también la danza tropical de Mara La Exótica. Los Demonios del Trópico tocaban con los maestros Malvil, Valdés y Pulido, alternando con la Orquesta Típica de Carlos Ibarra. La voz todavía era puesta por el “astro” Castillo, y las risas quedaban a cargo de personajes como el “hombre pájaro” Arturo Martínez, con rutinas en las que combinaba humor tradicional con diestras imitaciones de canto de aves. Los inicios de la orquesta La Cubanacán incluyeron a este club, cuando la banda era dirigida por Luis Molina.

La filmación del clásico del cine chileno de Raúl Ruiz y Alejandro Sieveking, “Tres tristes tigres”, de 1968, incluyó locaciones en centros bohemios de Bandera como fue el Zeppelin, además de otros espacios de esos años como El Frontón de calle San Pablo y el Santiago Zúñiga cerca de la Plaza de Armas. Dejó, así, uno de los pocos registros interiores que se conocen del inolvidable Zeppe.

Imagen de calle Bandera mirada hacia el sur, en la cuadra del 800, publicada en "La Nación" del 18 de septiembre de 1938. Se distinguen las fachadas y carteles colgantes de los establecimientos Hércules, Estrella de Chile y Cabaret Zeppelin.

Junto a la Havana Cuban's, las sensacionales Helianna y Georgette eran las principales atracciones del Zeppelin en 1954, en "Las Noticias de Última Hora".

Algunas escenas del filme chileno de Raúl Ruiz, "Tres Tristes Tigres", fueron rodadas en el cabaret Zeppelin en 1968. Fuente imagen: Vostokproject.com.

Vista del local que había pertenecido al Zeppelin, hacia 2014, ocupado ya por una comercial importadora y exportadora. Se ubicaba al lado de otros establecimientos como La Estrella de Chile y El Hércules. El edificio del costado izquierdo es el ex Hotel Bandera, en cuyos bajos, donde está la entrada en arco al lado del ex local del Zeppelin, existió alguna vez la reputada sombrerería Olguín-Dinamarca, hoy ocupada por un night club. Fuente imagen: Google Street View.

Los locales comerciales de calle Bandera, hacia 2012. Todos los que están tras la fila de árboles (de un piso) han sido demolidos. El que lleva el nombre de Aroma (tienda de perfumes) era el sitio que acogió en el pasado al cabaret y night club Zeppelin. El de la farmacia parece corresponder al de La Estrella de Chile, y su vecino más atrás al Hércules. Fuente imagen: Google Street View.

Echando cuentas sobre la historia del “barrio chino”, sin embargo, la mayoría de sus clubes y salones habían entrado en crisis luego de que se levantara enfrente, en 1951, el Edificio Residencial de la Caja de Previsión Social, del sector Bandera con Aillavilú, pues su presencia hizo cada vez más proscrito el bullicio y el jolgorio que por años habían dominado la cuadra, mismo que había sido descrito con prolijidad por Benjamín Subercaseaux en páginas de su “Chile o una loca geografía”:

Estas calles de diversiones, como es la última cuadra de Bandera, tienen una variada apariencia, según las horas del día o de la noche.

A las diez, ya están abiertos los cabarets y se repletan los bares. Los avisos luminosos brillan afuera, como en un día de lluvia, sobre la calle y la acera recién lavada; pasa el regador nocturno y los ociosos deben abrirle cancha para no ser alcanzados por el chorro de su potente manguera. Por las puertas entreabiertas de los “dancings” salen bocanadas de música y de aire confinado, azuloso. Los tranvías pasan de tiempo en tiempo, con un ruido de fierros viejos y destemplados (...)

Así se mantiene la calle Bandera hasta la madrugada. Los tranvías dejan de circular poco a poco, y los grupos callejeros se tornan más comunicativos. Alguna reyerta estalla sobre el pavimento húmedo, que se cubre con sangre o con vino. No siempre es fácil distinguirlos.

La época dorada del Zeppelin comenzaba a quedar atrás, decayendo poco a poco de la misma manera que había sucedido a casi la totalidad del “barrio chino”. Tobar había olfateado esto a tiempo, deshaciéndose del local muy a su pesar, según dicen, para dedicarse de lleno a la actividad del Tap Room. Tiempo después, ya anciano y retirado, atrapado en sus recuerdos y el de las fortunas dilapidadas, acabó sus días recluido en un hogar de beneficencia.

En el complejo y prolongado período del ocaso, entonces, el conocido empresario nocturno José Padrino Aravena participó de una sociedad que intentó recuperar al Zeppe, pero todo indica que su buen ojo de inversionista falló esta vez y la experiencia resultó negativa. A pesar de todo, Aravena fue propietario de un boliche del mismo rubro: el mencionado night club Tabaris. Si bien no fue de tan larga duración, aseguraban los viejos adictos a estas correrías que, en su momento, arrebató parte de la clientela del Zeppelin.

Después de la era de oro de Tobar, entonces, el cabaret pasó a ser conducido por la cantante Lily Arce, cuyos inicios se ligaban a la misma casa. Algunos antiguos clientes señalan también que, entre las últimas manos propietarias o administradoras, habría estado una otrora imponente ex vedette del ambiente, una tal Darci: probablemente haya sido Ivette D’Arcy, quien estuvo ligada antaño a la enérgica escena argentina y a sus reflejos sobre las candilejas chilenas. La regenta, además, habría tenido un complicado y contradictorio carácter, según se recordaba de ella. También se describe a esta última época del Zeppelin como la más deslucida, muy menguante, con presentaciones de bailarinas rollizas y ya cercanas al retiro, además de ocasionales artistas de talento muy distante al de los tiempos luminosos de la boîte... Cosas bastante peores se contaban de él en esos días, de hecho.

Sin poder resistir al peso del tiempo, los embates de la crisis internacional, ni los toques de queda, el Zeppelin comenzó a bajar su vuelo en los setenta y a dejar sus puertas cada vez más cerradas, hacia las noches de 1982 y 1983. En una de esas ocasiones, la contracción fue definitiva y última, y no abrió más… O, mejor dicho, nunca más voló. Por ironía del destino, el querido Tobar falleció poco después.

Como sucedió con varios casos de calle Bandera, el local fue convertido en un rotativo de negocios menores, como depósito de ropa usada y un centro de llamados. Después fue una perfumería, con mucha mejor connotación que otros ensayos previos, uno de sus últimos ocupantes.

En 2016, tras algunas semanas de intensa sonajera de martillos demoledores y golpes de combos tras unos paneles de madera, se concretó una furiosa destrucción en la misma cuadra del ex “barrio chino”: los inmuebles comerciales de un piso más ático que acabaron reducidos a escombros, eran los que ocupaban los números 840 a 856, costado poniente. Podrían haber pasado por viejos locales de rentas, pero eran mucho más que eso: casi lo último que quedaba a la vista del desaparecido pasado bohemio de Bandera… Así, además del espacio que perteneció al Zeppelin, la feroz arremetida se llevó -entre otros- al del Hércules en el 840 y el del Rey del Pescado Frito en el 848, entre otros.

Fue una lástima para los veteranos, memorialistas e investigadores urbanos que conocen de la historia de la cuadra, entonces, la desaparición tan abrupta del lugar y sin alguna clase de despedida o expiación, siquiera. Tras el cierre de otras reliquias como el Far West y mismo Rey del Pescado Frito, sólo quedaron en pie bastiones históricos de esos vecindarios de Mapocho como el Touring, La Piojera, el Wonder Bar o El Turismo, dando una aproximación tímida y vaga al cómo eran estos centros recreativos en su mejor época de las noches de oro de Santiago, cuando un Zeppelin conquistaba estos cielos sin necesidad de levantarse del suelo.

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