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TITO MUNDT Y UN APUNTE DE LA BOHEMIA DE ANTAÑO

Tito Mundt... Vivió y murió en la bohemia (tal cual).

Aunque suene aguafiestas, la comparación del mercado de entretenciones del Santiago de nuestra época con el del período de décadas que acá revisamos, deja un saborcillo frustrante en las impresiones… Y es que todo parece indicar que la época de televisión interactiva, internet y tecnologías digitales ha perdido la atracción de la bohemia del pasado, irremediablemente quizá.

Para peor, lo que se ha tratado de pasar por bohemia contemporánea, no es más que una simple y profana oferta nocturna de recreación, generalmente concentrada de jueves a sábado, muy lejos del irreproducible y maravilloso mundo nocherniego que involucraba a la auténtica, esa de otras épocas, la que cayó herida de muerte precisamente en el final de período que acá abarcaremos.

Más allá de cuánto se la romantice e idealice, es claro que la bohemia de antaño era, pues, algo real, tan abundante y enérgico que incluso tenía una cara o reflejo diurno, con actividades desde temprano para vividores y creadores que llegaban por igual a ella… Y en ese ambiente, en esa autenticidad rotunda, quedó para la posteridad el magnífico testimonio de uno de sus protagonistas más grandes. Algo para satisfacción y consuelo de todo memorialista, además.

Qué duda puede caber de que Tito Mundt fue uno de los periodistas más importantes del siglo XX chileno: nacido el 4 de marzo de 1916 en la capital, en el matrimonio de origen alemán de Santiago Mundt y María Fierro, su nombre de pila fue Santiago, como su padre. Estudió en el Liceo Alemán, el Liceo de Aplicación y la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, en donde permaneció sólo hasta el tercer año. En esos momentos, había comenzado a simpatizar con el Movimiento Nacional Socialista de Chile y se dedicó a trabajar en los medios de comunicación del grupo, especialmente en el periódico “El Trabajo”, desde donde confirmó que su vocación era la crónica, haciendo suya el área periodística desde 1938.

Dedicado a aquellas actividades, Mundt pasó por innumerables casas: los diarios “Las Últimas Noticias”, “La Tarde”, “La Tercera de la Hora”, y las revistas “Sucesos”, “Topaze”, “Zig-Zag”, “Ecran”, “Pobre Diablo” y “Vea”, entre otras. También fue fundador y secretario de redacción de “Extra”; trabajó como locutor y actor ocasional en radios Corporación, Bulnes, Magallanes, Cooperativa, Nuevo Mundo, Yungay y Del Pacífico, además de sus incursiones en televisión, en programas de conversación. En Argentina, también trabajó para medios como “Rico Tipo”, “El Clarín”, “Democracia” y “Sintonía”.

Como corresponsal de varios medios, viajó por más de cuarenta países, y recuerda Oreste Plath que el poeta Andrés Sabella hasta le recomendó cambiar la “T” de su apellido por una “O”: le venía mejor llamarse Tito Mundo. Fue agregado en la Embajada de Chile en París, en donde causó noticia en una galería cuando exponían simultáneamente el pintor español Julio Moisés y el chileno Arturo Pacheco Altamirano: como encargado de promover la muestra de su compatriota, a Mundt no se le ocurrió mejor idea publicitaria que colocar en la sala de Pacheco Altamirano un cartel con una mano, diciendo “¡Esta es la mejor!”.

Mundt era un referente en su generación de prensa e intelectualidad. De hablar acelerado y muy estructurado, siempre conseguía la atención general de un modo u otro. “Amigo de todos”, formó vínculos con grandes actores de la realidad internacional, entre ellos el futuro presidente John F. Kennedy. Agrega Plath sobre los alcances de su extraña personalidad:

Publicó nueve libros en seis años, uno de ellos lo escribió en cinco días. Su obra obtuvo numerosos galardones. Se le otorgó el Premio Nacional de Periodismo 1956, uno de los primeros en obtenerlo. Todo lo podía hacer y conseguir, vivía intensamente, desaforadamente, le llamaban cariñosamente el Loco Mundt. Casó con Kanda Jaque, a los 26 días de conocerla.

El periodista se hizo pasar por groom o botones del Hotel Crillón para ser el primero en entrevistar al actor Clark Gable en Chile, quien ya era una celebridad a pesar de no grabar aún “Lo que el viento se llevó”. Después, cuando el director Walt Disney vino a Chile en 1941, le arrancó una entrevista llegando hasta él abriéndose paso entre los reporteros con un ratón adentro enjaulado, asegurando que venía con Mickey, treta con la que consiguió la atención del cineasta. Y cuando llegó atrasado con su fotógrafo a cubrir un fusilamiento en el sur del país, logró acceso al ataúd del ejecutado, lo levantó con sus manos y así obtuvo la mejor fotografía del caso.

Entrada al selecto club Sportsmen, en donde moriría Mundt.

Los locales comerciales de calle Bandera, hacia 2012. Todos los que están tras la fila de árboles (de un piso) han sido demolidos. El que lleva el nombre de Aroma (tienda de perfumes) era el sitio que acogió en el pasado al cabaret y night club Zeppelin. Fuente imagen: Google Street View.

Previsiblemente, Mundt era amante de la noche y de la diversión, aventurero por decisión propia y por los insólitos azares del destino. Fue un buen conocedor de famosos boliches capitalinos como el Roxy de calle Moneda y Le Due Torri, que aún existe en el pasaje de San Antonio con Huérfanos. Plath dice que su favorito era el Nuria de Agustinas 715, en el subterráneo del edificio esquina con Mac Iver, en donde se ubicó después el restaurante chino Palacio Imperial Lung Fung. Era un lugar famoso por sus visitas de alta reputación, aunque también por otras que estaban en la antípoda, como el apodado Holandés Volador, principal proveedor de cocaína en la época, como recuerda Manuel Salazar en su apasionante trabajo "Traficantes & lavadores". “El bar a mediodía tenía una clientela de figuras de la época, que asistían por lista a su vara”, agrega Plath sobre el Nuria.

Mundt también era asiduo cliente de Il Bosco de la Alameda, generalmente para comer y beber hasta la madrugada, mientras que sus almuerzos los hacía en el club Sportmen, en la azotea del edificio de Agustinas con Estado. Y continúa el folclorólogo revisando tan insólito currículo:

Una noche o una alborotada en Il Bosco, en medio del caldeado ambiente que precedió a la elección de Eduardo Frei M. apareció Tito Mundt con un tarro lleno de parafina. Lo vació en las patas de las mesas y luego trató de prenderle fuego. Durante el forcejeo para evitar el incendio explicó que había destruido todo, para comenzar de nuevo. Entre sus anécdotas está la gran recepción “que dio” en Brasil, por cuenta de la embajada chilena: más de cuatrocientas personas -entre periodistas y diplomáticos- fueron agasajadas, en un lujoso hotel, a nombre del gobierno de Chile. El único problema es que el ágape nació de la imaginación de Mundt, quien se retiró del local tranquilamente. Por supuesto que al embajador no le hizo mucha gracia el festejo y tuvo que pagar en dólares la broma del periodista.

Incursionó también en la política, con discursos disparatados y delirantes según se recuerda, y con un gran fracaso por resultado en las elecciones a diputado de las Parlamentarias de 1953. Plath comenta una leyenda sobre doña María, la madre de Mundt, en plenas campañas electorales: como adoraba a su hijo, se hacía presente portando un tubo de cañería envuelto en papel mientras él discurseaba, para repeler toda clase de ataque de los adversarios o intentos por interrumpirlo. Posteriormente, siendo corresponsal de “La Tercera” en España, ganó el Premio Carlos Septiem del Instituto de Cultura Hispánica de Madrid, en 1959.

De todos sus libros, el más trascedente y consultado sin duda es el clásico “Las banderas olvidadas”, publicado por Editorial Orbe en 1964. Con varias observaciones y precisiones que pueden hacerse al mismo, ya que la prisa traicionó varias veces las certezas y exactitudes del autor, corresponde a un trabajo de enorme valor para el retrato nacional del período, del que podremos atención en sus aspectos sobre la descrita bohemia que tanto vivió y disfrutó.

Con algo de memorias y algo de crónicas, entonces, en “Las banderas olvidadas” trae de vuelta a varios de los refugios de la diversión de sus tiempos más jóvenes, describiendo cómo influían en ellos también las cuestiones políticas:

Antes que nada, el Café Santos (en los bajos del cine Central) donde había una mesa nacista, una mesa falangista, una mesa liberal y una mesa socialista. Se discutía a la hora del té a gritos.

En la noche el lugar de reunión obligado (equivalente al Bosco actual) era la fuente de soda Iris, que se hizo famosa porque todas las noches, a la una, llegaba puntualmente Rosseti, Juan Luis Mery, los jefes de izquierda, el guatón Valenzuela, redactor político del diario, y los poetas populares de la época.

Agrega detalles de cómo otros lugares también estaban definidos para la deliberación: la Confitería Torres era más bien para derechistas, en la Alameda; el café Volga de San Diego pasado Matta, el mismo en donde comenzó la riña en la que murió el escritor Héctor Barreto en los treinta, era territorio de socialistas, mientras que el Jockey de la primera cuadra de Ahumada era propio de “la pijería de la Universidad Católica, que jugaba cacho después de comer los célebres pequenes que se vendían en la Alameda en un rincón al llegar a Teatinos”.

Según su relato, las primeras boîtes de Santiago fueron A Guitare (a veces llamada también como A Guitarre y Au Guitarre), en donde se situó después la sede del Registro Electoral, en Huérfanos entre Morandé y Teatinos; y el África, que estaba en Moneda casi Bandera. De estos clubes, Rakatán Muñoz dejó dicho que el primero fue la boîte pionera que conoció Santiago, primer negocio de su tipo, en la Galería Alessandri hasta donde llegó después el cine Gran Palace; del segundo, en cambio, recuerda que fue fundada por el maestro Buddy Day, el mismo que después creó el club Cassanova y el Teatro Ópera del Bim Bam Bum.

Agrega Mundt que “la gente más menuda se entretenía en las tardes en caerse alegremente en el Salón de Patinar” que quedaba en calle Riquelme y, después, en Alameda entre Riquelme y Barroso, en el lugar en donde Coke Délano había filmado parte de “Norte y Sur”. Entre otros sabrosos pasajes hoy mal conocidos del mismo período, recuerda a la curiosa Orquesta Afónica que fundó Pedro de la Barra en una fiesta de estudiantes. Correspondía a una murga de 40 miembros bajo su batuta, vestidos como tonis o mamarrachos, cada uno imitando un instrumento (bombo, platillo, violín, piano) y así sacando a fuerza de voces y falsetes las melodías, algo que causó asombro y risas en Santiago. De esta experiencia jocosa, sin embargo, De la Barra tuvo la idea e inspiración para crear el Teatro Experimental de la Universidad de Chile, en 1941.

El escritor también pasea por el legado de empresarios nocturnos como Humberto Tobar y sus boliches el Tap Room y el Zeppelin; menciona también las librerías que populares entonces, unas de comunistas, otras de falangistas, etc. Recuerda establecimientos de los que casi no queda registro, como el Inca, de León Kotliarenko, “gran cuartel de la bohemia nocturna de Santiago en los días de la guerra”: se ubicaba “en la calle 21 de Mayo, donde ahora hay tres turcos por cada metro cuadrado”. A este lugar iba a partir de las 23 horas, con Alfonso Huerta, Juan Tejeda y el Guatón Cordero, “creador del periodismo policial humorístico”. A veces, se les sumaba Carlos Ugalde, que trabajaba también en la revista “Vea”: “Apenas asomábamos la nariz con una cara de gangsters que habíamos estudiado largamente en el cine, se nos mandaba una ponchera en la cual cabía fácilmente la escuadra chilena completa”. Ayudados de colegas como Sallorenzo, Lois y Frontarua, a las dos de la mañana “llegábamos fácilmente a la cuarta ponchera”.

Para Tito Mundt, sin embargo, el hombre de las aventuras interminables, la alegre y entretenida vida se iba a acabar pocos años después de la publicación de “Las banderas olvidadas”… Algunas de sus experiencias internacionales, además, las dejó en las “Memorias de un repórter”, de 1965. Todo terminó el 10 de junio de 1971, cuando cayó desde la altura del Sportmen en un absurdo y estúpido accidente, víctima de la propia temeridad que vertía cada vez que se pasaba de copas. Casado con la actriz Kanda Jaque, su casa en Santiago había estado hasta entonces en Libertad 450. “Hizo su último viaje sin regreso -concluyó Plath-. Pensaba volver a España, donde tenía su residencia” y en donde lo habían quedado esperando su esposa y su hija Bárbara, pues se suponía que la estadía del escritor iba a ser sólo para documentar un nuevo libro en proyecto. El presidente Salvador Allende, conmovido por la noticia, facilitó la venida de ambas, a los funerales.

Mundt partió de este mundo, entonces, justo en los estertores finales de la que había sido la mejor época de la bohemia santiaguina, esa que vivió en toda su plenitud, de la que fue un actor destacado y de la que también dejó este pequeño retrato para quienes no tuvieron la fortuna de conocerla.

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