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ESPECTÁCULOS DE TORNEO MILITAR Y DE CABALLERÍA

Grabados ingleses del siglo XIX, mostrando las prácticas de juegos del estafermo y del anillo.

En materias de diversión y esparcimiento, los siglos XVI y XVII estuvieron determinados por su limitada cantidad de ofertas recreativas para los habitantes de la sufrida colonia chilena. A decir verdad, casi no los había al principio, pero la paciencia no daba siempre para estar a la espera de los períodos de fiestas oficiales para hallar formas de liberar las represiones y las ansias permanentes de diversión, de modo que las opciones fueron apareciendo casi de manera natural.

Entre los juegos coloniales con características de espectáculos, es decir, convocando público que encontraba divertimento también como espectador de los mismos, destacaron los torneos militares y de caballería, de profundo significado hispánico. Consistían, principalmente, en simulacros de guerra y fantasías de combates entre caballeros armados por lanzas, espadas o armas falsas y usando piezas de armaduras cuando las tenían a mano.

Es preciso recordar, introductoriamente, que las fuerzas militares y principalmente las de milicianos, eran de una presencia categórica y de enorme importancia en la ciudad de Santiago de entonces, cuyo primer siglo fue, prácticamente, con la misma vida y aspecto de un fortín de soldados. El padre ignaciano Ovalle trae a colación algo de esto, en sus crónicas de 1646:

Los días más célebres, en que luce más esta milicia, son de los recibimientos de los señores obispos, y gobernadores, porque las compañías de los soldados ocupan muy grande espacio, y llegando a la plaza forman su escuadrón donde suele ser el concurso tan grande que con ser las calles bien anchas, y la plaza muy capaz, no cabe la gente en ella, y ya que hemos tocado este punto, no dejemos de decir lo que en esta parte es de grande admiración de esta ciudad (y lo mismo debe ser en otras de las Indias) y es ver que ha crecido, y aumentándose de españoles de cuarenta años a esta parte, sin embargo de la perpetua saca que hay para la guerra, donde se consumen y perecen muchos de los que van; y vuelve muy pocos: acuérdome haber oído contar de aquellos tiempos, que asomándose a nuestra portería uno de los nuestros, que acababa de llegar de Europa, viendo andar tan poca gente por la calle y plaza, dijo aquellas palabras del poeta apparent rari nantes in gurgite vasto, con que declaró bien la improporción de la gente con el sitio, por donde andaba; pero hoy se ve esta calle tan frecuentada de gente, que a cualquier hora del día, y aun a muchas de la noche, se halla siempre mucha, porque se han fabricado tiendas de mercaderes de la una, y otra banda de la calle, por haber crecido el comercio, y lo mismo en otras de oficiales y diversas fuertes de moradores.

Esa misma relevancia del elemento miliciano-militar en la vida pública se observará en los festejos civiles de esos años, como comenta poco después el mismo Ovalle, en el contexto principalmente definido por las fiestas religiosas:

Las fiestas de regocijos exteriores que se hicieron en este intento, duraron muchos días, tocó uno de ellos a la congregación de españoles, que está fundada en nuestra Compañía, la cual hizo una muy costosa y concertada máscara en que concurrían todas las naciones del mundo con sus reyes, y principales todos vestidos a su usanza, con grandes acompañamientos, y detrás de todos el Papa a quien llegaba cada nación con su Rey a suplicarle favoreciese este misterio: fuera de los gastos libres, diversos trajes, y carro triunfal de grande máquina en que se representaba la Iglesia, fue muy grande el de la cera por valer allí muy cara, y haberle hecho de noche esta fiesta. Los demás días se repartieron entre los negros, indios y españoles de todas artes, y procurando con una pía emulación aventajarse los vecinos unos a los otros, hicieron invenciones, y disfraces muy de ver, y de mucho gasto; pero los que en esto excedieron entre todos los demás, fueron los mercaderes, particularmente en un torneo, y justas, que jugaron en la plaza, donde salían los aventureros fingiendo cada cual su papel, o como quien sale del mar, o del bosque, o del lugar del encanto, representando muy propiamente el personaje de su particular invención, corrieron sus lanzas, y ganaron los premios que fueron de mucho valor. Los caballeros, y la ciudad coronaron estas fiestas con sus acostumbrados regocijos de la carrera, cañas y toros, que de ordinario salen al coso veinte o treinta hombres a caballo a rejonearlos, fuera del que da la lanzada. También suele ser de mucho regocijo las alcancías y hachazos, que acostumbran correr de noche entre año, en las fiestas y ocasiones que se ofrecen, y en esta, que digo, fue extraordinario lo que en esto se aventajaron, haciendo ricas y vistosas libreas y otros gastos forzosos para mayor celebridad de la fiesta.

A pesar de la pobreza y marginalidad de la Capitanía de Chile, entonces, de todos modos estuvieron presentes varias entretenciones caras, elegantes y propias de caballeros. Las primeras ferias lúdicas de este tipo se creen celebradas en Nueva Imperial, en 1558. Los cuerpos armados fueron activos participantes de todas ellas no sólo por su relación estrecha con los estamentos políticos del país en formación, sino por su papel protagónico reservado para las mismas.

Fue en una fiesta de esas, con torneos y juegos a propósito de la fundación de Osorno, en marzo del mismo año, que don Alonso de Ercilla casi termina decapitado luego de un enfrentamiento a espadas con Juan de Pineda ante el propio gobernador García Hurtado de Mendoza, quien debió intervenir furioso entre las insolencias del autor de “La Araucana” y de su contendor, separándolos a empujones. Sólo la presión de ciudadana y de sus compañeros de armas los salvó a ambos de la ejecución que había sido ordenada por don García.

Vicuña Mackenna, por su lado, se explica en sus particulares modos y conceptos críticos la naturaleza de las aficiones criollas por los juegos, manifiestas casi desde el origen mismo de la colonia chilena:

No todo, empero, era ultrajes, escándalos, misterios y convulsiones de la tierra, tristes sombras que cobijaron nuestra cuna, para los poco venturosos pobladores de Santiago. A la afición innata de los españoles a las fiestas y al alegre pasar de la vida y de los años, se había juntado el amor invencible a la ociosidad y a la somnolencia del alcohol que en todas partes ha caracterizado a la raza indígena de América; y así sucedía que mientras los indios vivían en la perpetua orgía de sus taquis y en la bacanal de sus chinganas, los españoles corrían el estafermo, jugaban cañas y alcancías, o se ejercitaban en su arte y ciencia favorita de la tauromaquia, en la que es preciso confesar no han tenido superiores, desde el Cid Campeador a Montes, el primero y el último torero de España.

Eugenio Pereira Salas hace una interesante descripción de aquellos principales entretenimientos hípicos y tipo militares del período, en su obra “Juegos y alegrías coloniales en Chile”. Eran de grandes exigencias para la destreza y de mucho gusto popular, preferidos por estratos de nobleza para su práctica, principalmente, pero del agrado de todo público. Varios de ellos surgieron también de las pruebas de entrenamiento para la guerra y desde la formación en academias marciales.

Debe agregarse, también que el ejército de milicianos pasó a ser "profesional" recién a inicios del siglo XVII, al menos en la formalidad y las intenciones, proceso que, si bien consolida el rasgo institucional de aquel cuerpo militar, también afianzará la relación de los habitantes de las colonias con las misiones defensivas y avances en el territorio sur del país. La relación estrecha entre el mundo civil y militar se manifiesta en prácticas como las mencionadas y en varios otros aspectos, a pesar de las malas pagas y del final de los financiamientos que llegaban desde la hacienda administrativa de Perú, conocido como el real situado.

El juego conocido como cañas era uno de los más populares y repetidos entre los hispanos asociados a aquel mundillo militar, infaltable en algunas de sus fiestas públicas, torneos y "quintanas", aunque su origen sería árabe según algunas reseñas. Aparece mencionado también por Ercilla:

Con el concierto y orden que en Castilla
juegan las cañas en solemne fiesta,
que parte y desembraza una cuadrilla,
revolviendo la darga al pecho puesta:
así los nuestros firmes en la silla,
llegan hasta el remate de la cuesta,
y vuelven casi en cerco a retirarse,
por no poder romper sin despeñarse.

Detalle con prácticas de un juego de cañas en las Fiestas en la Plaza Mayor de Madrid, en cuadro de Juan de la Corte, en 1623. Obra del Museo de Historia de Madrid.

Ilustración de Pedro Subercaseaux con la Plaza Mayor de Santiago en el siglo XVI, incluyendo el primitivo templo metropolitano y la residencia de Pedro de Valdivia en la representación. Se observa la intensidad de la vida civil y miliciana conviviendo en sus pocas cuadras. Fuente imagen: "Mirador. Leyendas y episodios chilenos" de Aurelio Díaz Meza, edición de Ed. Talcahuano.

Escenas de tauromaquia en los grabados del artista español Francisco de Goya, hacia el final de su vida.

Entre los soldados y jinetes expertos, la modalidad de aquellas justas se hacía con uso de cañas de unos tres a cuatro metros (de ahí el nombre), que en las fiestas eran arrojadas por los caballeros hasta otro equipo. Los atacados debían atajarlas con sus escudos, para después recogerlas o arrojarlas de vuelta. Los jugadores de las cañas hacían este ciclo varias veces durante una partida, con los aplausos del público en cada giro. Más tarde, el juego fue pasando a los criollos y mestizos, llegando a ser popular entre los gauchos argentinos, por ejemplo.

Diego de Córdova y Salinas, en su “Crónica franciscana de las provincias del Perú”, describe algunas cañas ejecutadas en las fiestas que organizó el cabildo para Francisco Solano en Santiago, en 1633, por entonces aún no canonizado y más bien recientemente fallecido:

Este día fueron pocos por dar lugar a las cañas: para que hicieron seña cuatro clarines de las cuatro esquinas de la plaza, por ser cuatro las cuadrillas, cada una de doce caballeros (que hacían con los padrinos en número de cincuenta y dos) que se vieron a un mismo tiempo correr parejas por los cuatro lienzos de la plaza, tan uniformes, que parecía gobernaba un solo caballero ambos caballos. La bizarría de los caballos, lucimiento de vestidos, libreas costosas, supongo como pedían tan nobles personas.

Hechas sus entradas, comenzaron a jugar con primor sus cañas, deseando cada uno dañar en competencia al contrario; puso las paces un toro, con que entró la noche.

El entretenimiento de correr parejas al que se refiere el texto era de jinetes experimentados, pero menos agresivo en forma y fondo que otros; más de dominio o de exhibición. Consistía en carreras al trote o marcha de dos caballeros montados, vestidos de la misma forma, realizando vueltas y revueltas coordinadas entre ambos, perdiendo el que fallaba en cumplir con la perfecta simetría de la rutina. 

Se trataba de un pulcro y pacífico juego o pasatiempo de caballería militar que todavía se subastaba como espectáculo en tiempos republicanos, como se observa en una carta de fianza del Archivo Notarial de Rancagua, fechada en mayo de 1830 y trascrita por Cristián Cofré: "...con  fecha veintiséis del presente ha subastado los ramos  de canchas de juegos de bolas, parejas de caballos  y ruedas de gallos de este partido, bajo la fianza del otorgante por el término de dos años contados".

Otro de aquellos juegos era la captura al galope de un anillo colgante al final de una pista, usando con precisión de joyería la punta de la lanza o florete, difícil desafío conocido como correr la sortija. El diámetro de la argollita no solía superar la pulgada y estaba puesta en un gancho que facilitaba su secuestro, una vez que la certera capacidad del jugador lograra encajar velozmente la punta de su arma en la pieza. Una antigua variedad de este juego realizado por turcos, árabes y más tarde aprendida por bizantinos y caballeros cruzados, se hacía con los participantes montados en barquillas o canastos suspendidos en una especie de molino que giraba sobre un poste, en lo que parece ser un ancestro de los posteriores carruseles: con lanzas o espadas debían atrapar las argollas en pleno giro, dispuestas alrededor del aparto.

Mejor conocido en nuestro tiempo (tanto por la recreación histórica como por el cine) es la forma de otro juego llamado estafermo, pasatiempo de campos de entrenamiento muy antiguo en el mundo. Consistía en un muñeco o un dispositivo horizontal de trapo o madera, que tenía un escudo o adarga a un lado y cuerdas con boleadoras, garrotes o sacos de arena colgando en el otro, montado en un poste con eje rotatorio. Al galope, los caballeros debían golpear su defensa con armas como lanzas, lanzones de madera, mazas o cañas, haciéndolo girar instantáneamente pero evitando con la velocidad y la destreza del jinete el golpe de vuelta que arrojaban los bultos del otro extremo en el giro, dirigidos hacia su nuca o espalda. Fallar en esta prueba era un gran motivo para risas de los presentes.

El juego de las cabezas, en cambio, exigía atravesar con lanzas o espadas y a la carrera unas falsas cabezas clavadas en palos junto a la pista, generalmente bultos, pelotas, grandes hortalizas o frutos con esa forma. Aunque Pereira Salas no lo comenta, cierta leyenda decía que este desafío se hace simulando que los objetivos o blancos correspondían a cabezas reales, de ejecutados. Había mucho de evocación medieval conservándose en el estilo y las formas de este y otros juegos.

Las alcancías, en tanto, parecen haber sido otra práctica frecuente y exigían armarse con recipientes tipo alcancías, cántaros o cazos de cerámica llenos de cenizas, polvos aromáticos, aguas perfumadas, flores u otras materias que se pulverizaran y esparcieran con el impacto. Se lanzaban a los rivales aprovechando la oscuridad o las distracciones, provocando una vistosa explosión al golpear contra sus escudos, debiendo hacer el agredido lo propio, respondiendo de regreso.

Finalizando este grupo de entretenciones guerreras, también se recuerda a los hachazos como una diversión favorecida por las noches, con caballeros que solían ir vestidos de túnicas blancas arrojándose ahora antorchas por las calles de la ciudad, debiendo ser atrapadas en el aire por el atacado o atajarlas con escudos. Crónicas como la de Córdova y Salinas describían noches de este juego tan abundantes en teas o hachones por parte de los soldados que no se echó de menos el sol, pues parecía que se estaba en pleno día.

Aunque los juegos militares estuvieron entre los principales espectáculos públicos en la primera centuria cumplida por la colonia santiaguina, el máximo esplendor de los torneos caballerescos y sus elegantes demostraciones estuvo en los tiempos de la gobernación de Gabriel Cano de Aponte (1717-1733), según autores como Solar Correa, lo que habla de cuánta vigencia mantuvieron en Chile.

Cabe señalar que los regocijos principales que comentara Ovalle se realizaban en la Fiesta de San Juan, la de Santiago Apóstol con el paseo del real estandarte, de la Navidad y de Nuestra Señora, las celebraciones de las vísperas, más otras particulares como casamientos y bautismos de gente connotada. Sin embargo, los civiles criollos también ejecutaban en ellas algunas simulaciones de ataques y defensas parecidas a las de milicianos o soldados, llamadas pasos de armas y en las que solían participar oficiales a pie o montura.

El fuerte sentido militar de la sociedad de entonces no se manifestó sólo en las entretenciones, sin embargo: tuvo también sus inconvenientes, considerando la cantidad de varones que, en general, marchaban armados y se manejaban bien en el combate a filos. Un caso curioso tuvo lugar el 10 de agosto de 1614, con una espectacular gresca a espadas y dagas en la Plaza de Armas, luego que el ex corregidor de Santiago, doctor Andrés Jiménez de Mendoza, y su rival el general Pedro Lisperguer, intentaron resolver diferencias políticas y personales en las puertas de la Catedral, desenvainando sus armas e involucrando a sus respectivos acompañantes en una gran escaramuza que terminó con varios heridos.

Así, en una colonia que mantenía tanto de cuartel militar como era Santiago de la Nueva Extremadura en sus primeros tiempos, no extraña que muchas formas de recreación estuviesen en esa misma temática y sintonía, como lo estaban también varios otros aspectos positivos y negativos de la sociedad de entonces.

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