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ESPECTÁCULOS DE TORNEO MILITAR Y DE CABALLERÍA

Grabados ingleses del siglo XIX, mostrando las prácticas de juegos del estafermo y del anillo.

En materias de diversión y esparcimiento podemos decir que, en general, los siglos XVI y XVII estuvieron determinados por su limitada cantidad de ofertas recreativas para los habitantes de la sufrida colonia chilena. A decir verdad, casi no los había al principio, pero la paciencia no daba siempre el ancho para estar a la espera de los períodos de fiestas oficiales y hallar allí formas de liberar las represiones o las ansias permanentes de distracción, de modo que las opciones fueron apareciendo casi de manera natural y en donde fuese posible. Existió así un notable grupo de excepciones que evocaban delibera y casi nostálgicamente a los tiempos heroicos de la Edad Media y a la pasión por sus historias de caballeros, esas tan bien representadas con el drama de don Quijote de la Mancha por Miguel de Cervantes.

Entre aquellos juegos coloniales con características de espectáculos desarrollados bajo la descrita motivación, es decir, aquellos convocando público que encontraba divertimento también contemplando a los mismos, destacaron entonces los torneos militares y de caballería de profundo significado hispánico en el contexto histórico al que pertenecían. Consistieron, principalmente, en simulacros de guerra y fantasías de combates entre caballeros armados por lanzas, espadas o armas falsas y usando piezas de armaduras cuando las tenían a mano, además de otros poniendo en desafío más pacífico la destreza y precisión. Eran los tiempos en que las clases ilustradas se apasionaban también con la lectura de obras épicas como "Amadís de Gaula", "Lisuarte de Grecia" o el "Libro de Floriseo", con idealizaciones de la figura del caballero andante que pretendían ser emuladas románticamente incluso en sus vestimentas, cumpliendo un rol parecido al de los superhéroes y personajes fantásticos de la cultura popular contemporánea. De hecho, la obra "La Araucana" de Alonso de Ercilla, tan relacionada con la formación de Chile y también mencionada en el libro del Quijote, pasó a formar parte de esa biblioteca de aventuras y epopeyas inspirando sentimientos guerreros.

Es preciso recordar, introductoriamente, que las fuerzas militares y principalmente las de milicianos eran de una presencia categórica y de enorme importancia en la ciudad de Santiago de entonces. De hecho, el primer siglo de la capital chilena se dio, prácticamente, con la misma vida y aspecto de un fortín de soldados. El padre ignaciano Alonso de Ovalle trae a colación algo de esto en sus crónicas de la "Histórica Relación del Reino de Chile", de 1646:

Los días más célebres, en que luce más esta milicia, son de los recibimientos de los señores obispos, y gobernadores, porque las compañías de los soldados ocupan muy grande espacio, y llegando a la plaza forman su escuadrón donde suele ser el concurso tan grande que con ser las calles bien anchas, y la plaza muy capaz, no cabe la gente en ella, y ya que hemos tocado este punto, no dejemos de decir lo que en esta parte es de grande admiración de esta ciudad (y lo mismo debe ser en otras de las Indias) y es ver que ha crecido, y aumentándose de españoles de cuarenta años a esta parte, sin embargo de la perpetua saca que hay para la guerra, donde se consumen y perecen muchos de los que van; y vuelve muy pocos: acuérdome haber oído contar de aquellos tiempos, que asomándose a nuestra portería uno de los nuestros, que acababa de llegar de Europa, viendo andar tan poca gente por la calle y plaza, dijo aquellas palabras del poeta apparent rari nantes in gurgite vasto, con que declaró bien la improporción de la gente con el sitio, por donde andaba; pero hoy se ve esta calle tan frecuentada de gente, que a cualquier hora del día, y aun a muchas de la noche, se halla siempre mucha, porque se han fabricado tiendas de mercaderes de la una, y otra banda de la calle, por haber crecido el comercio, y lo mismo en otras de oficiales y diversas fuertes de moradores.

Esa misma relevancia del elemento miliciano-militar en la vida pública se observará en los festejos civiles de esos años. Lo comenta poco después de lo recién citado el mismo Ovalle, ahora en un contexto principalmente definido por las fiestas religiosas:

Las fiestas de regocijos exteriores que se hicieron en este intento, duraron muchos días, tocó uno de ellos a la congregación de españoles, que está fundada en nuestra Compañía, la cual hizo una muy costosa y concertada máscara en que concurrían todas las naciones del mundo con sus reyes, y principales todos vestidos a su usanza, con grandes acompañamientos, y detrás de todos el Papa a quien llegaba cada nación con su Rey a suplicarle favoreciese este misterio: fuera de los gastos libres, diversos trajes, y carro triunfal de grande máquina en que se representaba la Iglesia, fue muy grande el de la cera por valer allí muy cara, y haberle hecho de noche esta fiesta. Los demás días se repartieron entre los negros, indios y españoles de todas artes, y procurando con una pía emulación aventajarse los vecinos unos a los otros, hicieron invenciones, y disfraces muy de ver, y de mucho gasto; pero los que en esto excedieron entre todos los demás, fueron los mercaderes, particularmente en un torneo, y justas, que jugaron en la plaza, donde salían los aventureros fingiendo cada cual su papel, o como quien sale del mar, o del bosque, o del lugar del encanto, representando muy propiamente el personaje de su particular invención, corrieron sus lanzas, y ganaron los premios que fueron de mucho valor. Los caballeros, y la ciudad coronaron estas fiestas con sus acostumbrados regocijos de la carrera, cañas y toros, que de ordinario salen al coso veinte o treinta hombres a caballo a rejonearlos, fuera del que da la lanzada. También suele ser de mucho regocijo las alcancías y hachazos, que acostumbran correr de noche entre año, en las fiestas y ocasiones que se ofrecen, y en esta, que digo, fue extraordinario lo que en esto se aventajaron, haciendo ricas y vistosas libreas y otros gastos forzosos para mayor celebridad de la fiesta.

A pesar de la pobreza y marginalidad de la Capitanía de Chile, entonces, de todos modos estuvieron presentes varias entretenciones caras, elegantes y propias de caballeros fuertemente estimuladas por las historias de héroes y la literatura. Las primeras ferias lúdicas de este tipo se creen celebradas en Nueva Imperial en 1558, lo que nos da una proporción de lo temprano que fue su ingreso y práctica en el país. Los cuerpos armados, además, fueron activos participantes de todas ellas no sólo por su relación estrecha con los estamentos políticos del Chile en plena formación, sino por su papel protagónico reservado para las mismas.

Curiosamente, fue en una fiesta de esas, con torneos y juegos a propósito de la fundación de Osorno, cuando en marzo del mismo año mencionado el guerrero-poeta Ercilla casi termina decapitado como consecuencia de un enfrentamiento a espadas con Juan de Pineda y ante el propio gobernador García Hurtado de Mendoza. Este último había debido intervenir furioso en el altercado, entre las insolencias del autor del mencionado canto épico “La Araucana” y de su rival, separándolos a empujones. Sólo la presión de ciudadana y la de sus compañeros de armas salvó a ambos contendores temperamentales de la ejecución que había sido ordenada por don García.

Don Benjamín Vicuña Mackenna se explicaría en sus particulares modos y conceptos críticos la naturaleza de las aficiones criollas por los juegos, manifiestas casi desde el origen mismo de la colonia chilena. Formula tales impresiones en su conocido trabajo sobre la historia de Santiago:

No todo, empero, era ultrajes, escándalos, misterios y convulsiones de la tierra, tristes sombras que cobijaron nuestra cuna, para los poco venturosos pobladores de Santiago. A la afición innata de los españoles a las fiestas y al alegre pasar de la vida y de los años, se había juntado el amor invencible a la ociosidad y a la somnolencia del alcohol que en todas partes ha caracterizado a la raza indígena de América; y así sucedía que mientras los indios vivían en la perpetua orgía de sus taquis y en la bacanal de sus chinganas, los españoles corrían el estafermo, jugaban cañas y alcancías, o se ejercitaban en su arte y ciencia favorita de la tauromaquia, en la que es preciso confesar no han tenido superiores, desde el Cid Campeador a Montes, el primero y el último torero de España.

Más tarde, Eugenio Pereira Salas hace una interesante descripción de aquellos principales entretenimientos hípicos y tipo militares del período en su obra “Juegos y alegrías coloniales en Chile”, a la que volveremos a consultar acá. Por su descripción de los mismos, se entiende que eran de grandes exigencias para la destreza y de mucho gusto popular: preferidos por estratos de nobleza para su práctica, principalmente, pero del agrado de todo público. Puede suponerse que varios de ellos surgieron también de las pruebas de entrenamiento para la guerra y desde la formación en academias marciales, convirtiéndose en una suerte de tradición dentro de la cultura ligada al mundo militar.

Debe agregarse también que el ejército de milicianos pasó a ser "profesional" recién a inicios del siglo XVII, al menos en la formalidad y en sus intenciones. El proceso, si bien consolida el rasgo institucional de aquel cuerpo militar, también afianzó la relación de los habitantes de las colonias con las misiones defensivas y avances, especialmente en el territorio sur del país. La relación estrecha entre el mundo civil y militar se manifiesta en prácticas como las mencionadas y en varios otros aspectos, a pesar de las malas pagas y del final de los financiamientos que llegaban desde la hacienda administrativa de Perú, conocido como el real situado. Por este vínculo el encanto de imitar a los caballeros del Medioevo y desplegar juegos que imitaran las señaladas aventuras épicas o literarias debió ser permanecer bastante presente entre quienes querían ser protagonistas de los juegos, así como entre quienes se limitaban a ser público de los mismos.

El juego conocido como cañas era uno de los más populares y repetidos entre los hispanos y los criollos asociados a aquel mundillo militar. Se trataba de un pasatiempo competitivo infaltable en algunas de las fiestas públicas, torneos y "quintanas", aunque su origen sería árabe según sospechan algunas reseñas. El juego de las cañas aparece mencionado también por Ercilla, disipando dudas sobre lo importante que era en el territorio:

Con el concierto y orden que en Castilla
juegan las cañas en solemne fiesta,
que parte y desembraza una cuadrilla,
revolviendo la darga al pecho puesta:
así los nuestros firmes en la silla,
llegan hasta el remate de la cuesta,
y vuelven casi en cerco a retirarse,
por no poder romper sin despeñarse.

Detalle con prácticas de un juego de cañas en las Fiestas en la Plaza Mayor de Madrid, en cuadro de Juan de la Corte, en 1623. Obra del Museo de Historia de Madrid.

Ilustración de Pedro Subercaseaux con la Plaza Mayor de Santiago en el siglo XVI, incluyendo el primitivo templo metropolitano y la residencia de Pedro de Valdivia en la representación. Se observa la intensidad de la vida civil y miliciana conviviendo en sus pocas cuadras. Fuente imagen: "Mirador. Leyendas y episodios chilenos" de Aurelio Díaz Meza, edición de Ed. Talcahuano.

 

Portada de "La Araucana" en su edición de 1574, y retrato de don Alonso de Ercilla y Zúñiga con la pluma, la armadura y la cruz de Santiago Apóstol al pecho. Los libros épicos y de aventuras heroicas fueron una gran inspiración para los juegos de caballeros en el Nuevo Mundo. Grabado basado en las ilustraciones de Vittorio di Girolamo Carlini.

Famoso retrato del Quijote y sus delirios, por Gustave Doré, hacia 1860, en grabado por Henri Pisan... "La Araucana" está entre aquellos libros, de acuerdo a lo que anotó Cervantes. Las aventuras del Ingenioso Hidalgo también fueron una fuerte motivación para los juegos de caballeros en el siglo XVII.

Escenas de tauromaquia en los grabados del artista español Francisco de Goya, hacia el final de su vida.

Entre los soldados y jinetes expertos en tales juegos, la modalidad de las justas se hacía con uso de cañas de unos tres a cuatro metros. De este artículo es que deriva el nombre, precisamente. En las fiestas, entonces, estas cañas eran arrojadas por los caballeros hasta otro equipo, en forma casi coreográfica: los atacados debían atajarlas con sus escudos, para después recogerlas o arrojarlas de vuelta. Los jugadores de las cañas hacían este ciclo varias veces durante una partida, con la atención y los aplausos del público en cada giro. Más tarde, el mismo juego fue pasando de los hispanos hasta los criollos y mestizos de este lado del mundo, llegando a ser popular entre los gauchos argentinos, por ejemplo.

Diego de Córdova y Salinas, en su “Crónica franciscana de las provincias del Perú”, describe algunas cañas ejecutadas en las fiestas que organizó el cabildo para Francisco Solano en Santiago en 1633, por entonces aún no formalmente canonizado y fallecido en forma más o menos reciente, de hecho:

Este día fueron pocos por dar lugar a las cañas: para que hicieron seña cuatro clarines de las cuatro esquinas de la plaza, por ser cuatro las cuadrillas, cada una de doce caballeros (que hacían con los padrinos en número de cincuenta y dos) que se vieron a un mismo tiempo correr parejas por los cuatro lienzos de la plaza, tan uniformes, que parecía gobernaba un solo caballero ambos caballos. La bizarría de los caballos, lucimiento de vestidos, libreas costosas, supongo como pedían tan nobles personas.

Hechas sus entradas, comenzaron a jugar con primor sus cañas, deseando cada uno dañar en competencia al contrario; puso las paces un toro, con que entró la noche.

Los encuentros ecuestres tenían un sabor todavía más caballeresco, sin embargo, incluso si no fuesen de simulación bélica. El entretenimiento de correr parejas al que se refiere el texto de Córdova y Salinas, por ejemplo, consistía en una exhibición de jinetes experimentados y muchi menos agresivo en forma y fondo que otros juegos, más relacionado con el dominio de la montura. En las parejas, entonces, se hacían carreras al trote o marcha de dos caballeros montados y vestidos de la misma forma, realizando vueltas y revueltas coordinadas entre ambos, perdiendo el que fallaba en cumplir con la perfecta simetría de la rutina.

A mayor abundamiento, cada vez que se mencionaba a las parejas se trataban estas de un pulcro y pacífico juego o pasatiempo de caballería militar que todavía se subastaba como espectáculo en tiempos republicanos. Esto último es lo que se observa en una carta de fianza del Archivo Notarial de Rancagua, fechada en mayo de 1830 y trascrita por Cristián Cofré León: "...con  fecha veintiséis del presente ha subastado los ramos  de canchas de juegos de bolas, parejas de caballos  y ruedas de gallos de este partido, bajo la fianza del otorgante por el término de dos años contados". Diríamos que era un espectáculo de perfección hípica más que propiamente competitivo, según parece.

Otro de aquellos juegos sobre caballo era la captura al galope de un anillo colgante al final de una pista, usando con precisión de joyería la punta de la lanza o florete, difícil desafío conocido como correr la sortija. El diámetro de la argollita no solía superar la pulgada y estaba puesta en un gancho que facilitaba su secuestro, una vez que la certera capacidad del jugador lograra encajar velozmente la punta de su arma en la pieza. Una antigua variedad de este juego realizado por turcos, árabes y más tarde aprendida por bizantinos y caballeros cruzados, se hacía con los participantes montados en barquillas o canastos suspendidos en una especie de molino que giraba sobre un poste, en lo que parece ser un ancestro de los posteriores carruseles: con lanzas o espadas debían atrapar las argollas en pleno giro, dispuestas alrededor del aparato.

Pereira Salas hace mención de un torneo de juegos de caballeros con el desafío de la sortija por principal, evento realizado en Perú hacia fines de 1606 o ya en 1607, específicamente en la provincia de Parinacochas, en Ayacucho, hasta donde llegaron participantes de diferentes y distantes destinos. El encuentro se hizo a propósito de la designación de don Juan de Mendoza y Luna, Marqués de Montesclaros, como nuevo virrey del Perú. Los nombres adoptados por los concursantes para aquella competencia no dejan dudas de la inspiración que ya provocaba en ellos el Quijote, salido hacía menos de dos años desde las imprentas españolas, así como otras obras épicas de entonces: Caballero Venturoso (chileno), Caballero de la Triste Figura, Fuerte Brandaleón, Belflorán, Caballero Antártico de Luzissor, Dudado Furibundo, Caballero de la Selva, Caballero de Escura Cueva y Galán de Contumeliano, todos ellos "a lucir, entre la mojiganga de la ira, la blasfemia y el engaño, la destrezas hípicas de su profesión", anota Pereira Salas. Para el autor, además, la publicación del Quijote "hizo rebrotar en tierra americana los lances y desafíos que el caballero manchego tenía por norte y guía de la profesión andante".

Existe un testimonio reproducido por el cervantista español Francisco Rodríguez Marín en "Don Quijote en América", después tomado también por el jesuita peruano Rubén Vargas Ugarte en "De nuestro antiguo teatro". Corresponde originalmente al manuscrito titulado "Relación de las fiestas que se celebraron en la Corte de Pausa por la nueva de proveimiento de virrey en la persona del marqués de Montesclaros, cuyo grande aficionado es el corregidor de este partido, que las hizo  y fue el mantenedor de una sortija celebrada con tanta majestad y pompa, que ha dado motivo a no dejar en silencio sus particularidades", principal fuente de información sobre aquel torneo de 1607. En él leemos algo muy interesante sobre la participación del caballero chileno allí presente:

A este tiempo se había el mantenedor salido por una puerta falsa de la tienda para entrar con otra invención, y así, corrió este caballero con su ayudante, al cual le ganó una salvilla de plata contra unos guantes de ámbar que él puso, y ambas preseas las presentó a su dama con cuyo favor ganó, y por las señas de su pensamiento se conoce quién era.Antes que acabase de correr sus lanzas, entró por la plaza una tienda asentada en un carro, que le traían en peso como los demás, y era un pabellón la tienda, bordado con muchos pájaros, y dentro venía el Caballero Venturoso con una dama vestida muy galanamente. Él traía un vestido muy justo, morado, sembrado de rosas amarillas, y una máscara de la misma color. Venían las alas de la tienda abiertas, y en medio de él y de ella se mostraba la rueda de la Fortuna, que el caballero fuertemente venía teniendo porque no diese vuelta, y su letra decía:

Fortuna tendrá este ser;
yo, la firmeza que ahora,
y la cumbre, mi señora.

La dama, que era un barbado con arandela y copete, echó también su letra acomodada al sujeto, y por meterse en el campo de Venus no se refiere, aunque era extremada. Este aventurero, que era un capitán de Chile, no sacó más acompañamiento que atabales y menestriles, y un padrino; pero lo que en esto le faltó suplió lo bien que lo hizo en las carreras, porque es muy buen hombre de a caballo de la brida, y así, le ganó al dios Baco el precio, que fue un corte de jubón de tela, y le presentó a mi señora doña Mariana de Larrea.

Mejor conocido en nuestro tiempo -tanto por la recreación histórica como por sus apariciones en el cine- es la forma de otro juego ecuestre llamado estafermo, pasatiempo de campos de entrenamiento muy antiguo en el mundo. Consistía en un muñeco o un dispositivo horizontal de trapo o madera, que tenía un escudo o adarga a un lado y cuerdas con boleadoras, garrotes o sacos de arena colgando en el otro, montado en un poste con eje rotatorio. Al galope, entonces, los caballeros debían golpear su defensa con armas como lanzas, lanzones de madera, mazas o cañas, haciéndolo girar instantáneamente pero evitando con la velocidad y la destreza del jinete el golpe de vuelta que arrojaban los bultos del otro extremo en el mismo giro, dirigidos hacia su nuca o espalda. Fallar en esta prueba era un gran motivo para risas de los presentes.

El juego de las cabezas, en cambio, exigía atravesar con lanzas o espadas y a la carrera unas falsas cabezas clavadas en palos junto a la pista, generalmente bultos, pelotas, grandes hortalizas o frutos con esa forma. Aunque Pereira Salas y otros autores no lo comentan, cierta leyenda popular decía que este desafío se hace simulando que los objetivos o blancos correspondían a cabezas reales, de ejecutados, como se habría practicado en sus inicios. Había mucho de la mencionada evocación medieval conservándose en el estilo y las formas de este y otros juegos parecidos.

Las alcancías, en tanto, parecen haber sido otra práctica frecuente y exigían armarse con recipientes tipo alcancías, cántaros o cazos de cerámica llenos de cenizas, polvos aromáticos, aguas perfumadas, flores u otras materias que se pulverizaran y esparcieran con el impacto. Se lanzaban a los rivales aprovechando la oscuridad o las distracciones, provocando una vistosa explosión al golpear contra sus escudos, debiendo hacer el agredido lo propio, respondiendo de regreso. Suponemos que podían hacerse a pie o desde la montura.

Finalizando con el grupo de principales entretenciones guerreras, también se recuerda a los hachazos como una diversión favorecida por las noches, con caballeros que solían ir vestidos de túnicas blancas arrojándose ahora antorchas por las calles de la ciudad, debiendo ser atrapadas en el aire por el atacado o atajarlas con escudos. Crónicas como la ya citada de Córdova y Salinas describían noches de este juego tan abundantes en teas o hachones por parte de los soldados que no se echó de menos el sol, pues parecía que se estaba en pleno día.

Aunque los juegos militares estuvieron entre los principales espectáculos públicos en la primera centuria de vida cumplida por la colonia santiaguina, el máximo esplendor de los torneos caballerescos y sus elegantes demostraciones estuvo en los tiempos de la gobernación de Gabriel Cano de Aponte (1717-1733), según autores como Eduardo Solar Correa, lo que habla de cuánta vigencia mantuvieron en Chile. Cabe señalar, por lo demás, que los regocijos principales que comentara Ovalle se realizaban en la Fiesta de San Juan, la de Santiago Apóstol con el paseo del real estandarte, de la Navidad y de Nuestra Señora, las celebraciones de las vísperas, más otras particulares como casamientos y bautismos de gente connotada. Sin embargo, los civiles criollos también ejecutaban en ellas algunas simulaciones de ataques y defensas parecidas a las de milicianos o soldados llamadas pasos de armas, en las que solían participar oficiales con o sin caballo.

El descrito fuerte sentido militar de la sociedad de entonces no se manifestó sólo en las entretenciones, sin embargo: tuvo también sus inconvenientes, considerando la cantidad de varones que, en general, marchaban armados y se manejaban bien en el combate a filos. Un caso curioso al respecto tuvo lugar el 10 de agosto de 1614, con una espectacular gresca a espadas y dagas en la Plaza de Armas, luego que el ex corregidor de Santiago, doctor Andrés Jiménez de Mendoza, y su rival el general Pedro Lisperguer, intentaron resolver diferencias políticas y personales en las puertas de la Catedral, desenvainando sus armas e involucrando a sus respectivos acompañantes en una gran escaramuza que terminó con varios heridos. Nada de divertido debió ser aquel espectáculo; al menos no para las autoridades.

Así pues, en una colonia que mantenía tanto de cuartel militar como era Santiago de la Nueva Extremadura durante sus primeros tiempos, no extraña que muchas formas de diversión estuviesen en esa misma temática y sintonía, como lo estaban también varios otros aspectos positivos y negativos de la sociedad de entonces. Y, para el consuelo, las modernas ferias medievales y los encuentros de recreación histórica quizá sean lo más parecido a aquellos tiempos que podríamos hallar en plena Era Atómica.

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