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ESA BOHEMIA OBESIDAD EN TORNO AL GUATÓN BAR

Volante del Guatón Bar, hacia 1910-1912. Fuente: “Diseño Nacional”.

Hubo algunos boliches de barrio Mapocho que, definitivamente, resaltaron en la historia local como precursores en el rol que popularizó el concepto modernizador del mismo vecindario como sitio de entretención, comidas, barras y bailables, prestigio que tuvo casi en exceso en alguna época. Esta fama de centro bohemio llegó a su edad dorada con los boliches del “barrio chino” de calle Bandera y su entorno, sobreviviendo de aquellos años algunos pocos casos, poquísimos, como la cantina La Piojera, el cercano Bar Touring y el clásico Wonder Bar.

Desde el corazón común de aquellas cantinas, dancings y clubes, el Guatón Bar parece haber sido también uno de los más antiguos centros de parranda en los límites del barrio nocherniego de la ribera sur, aunque ubicado más cerca del Mercado Central: exactamente, en la dirección de calle Puente 884-896 esquina con avenida Mapocho y, según refiere su optimista publicidad hacia los tiempos del Primer Centenario, cerca de la antigua estación tranviaria del mismo mercado. Esto era en el zócalo del elegante Hotel Términus, que se ubicaba en donde hoy está el acceso a la Estación Metro Puente Cal y Canto.

La punta de rieles y sus nudos estuvieron exactamente enfrente del Guatón Bar y facilitando la llegada del público, es de suponer. Correspondía a una central de salida-terminal de tranvías que, si nos fiamos de lo que indica Vicuña Mackenna en “El paseo de Santa Lucía, lo que es y lo que deberá ser”, de 1873, se trazó en un terreno concesionado a la Compañía del Ferrocarril Urbano como trueque, a cambio “de llenar un foso considerable a la espalda del Mercado Central”. El trabajo habría costado más de 100 pesos a la Intendencia, al no tener escombros para relleno del terreno, pero la compañía se ofreció hacerlo por la mitad valiéndose de los restos del antiguo claustro de los jesuitas que era demolido y cuyas ruinas dificultaban la construcción del Congreso Nacional de Santiago, afeando ese lado de la ciudad en calle Bandera con Catedral. El dinero obtenido de la firma se aprovechó para inyectar más recursos a los costosos trabajos del cerro Santa Lucía.

La habilitación de la terminal tranviaria en la Estación Mercado, conocida también como Terminal Mapocho, y el intenso comercio crecido dentro y alrededor del Mercado Central, entonces, dieron al barrio un rasgo de actividad único y definitivo, cada vez más popular conforme se aproximaba el siglo XX, cundiendo también las cantinas, cocinerías y tabernas que se han resistido a abandonar esas cuadras, en una rotación de locales y espacios por casi una centuria y media. El Guatón Bar fue uno de los primeros exponentes de este curioso fenómeno de comercio y diversión popular allí en el barrio, según parece.

Propiedad de don Enrique Valenti, quien era dueño también de la marca de cigarrillos “Guatón Cigarettes”, se recuerda al curioso club como propio del 1900 santiaguino y de sus periplos culturales asociados al mercado, tanto por la oferta como el ambiente de sus salas. Además, por haber nacido con la descrita generación inicial de este tipo de establecimientos recreativos “modernos” al lado del río, compartía parroquianos con otras célebres cantinas del sector como El Casino, Los Canarios, la Picantería del Norte o Los Buenos Amigos; en la esquina de la actual Gabriel de Avilés con General Mackenna estaba el Bar Neutral, y unos metros más allá, tocando al viejo caserón del corregidor Zañartu, la Pensión, Bar y Restaurante de Conejos todavía existente hacia 1910, según se verifica en imágenes del Museo Histórico Nacional.

Como era de esperar, aquellos refugios fueron magnéticos para poetas malditos y trágicos como eran Pedro Antonio González, Antonio Bórquez Solar y, más tarde, un joven y cándido Alberto Rojas Jiménez. Todos ellos bastante dados a los placeres del vaso en esas mismas mesas, es preciso recalcar. Ya hacia los años veinte, se iba a hacer muy habitual la presencia de vates y escritores en el barrio de estos encantos, entre ellos Neruda, pero una generación anterior de intelectuales muy desdichados había iniciado aquella comunión nocherniega con los poetas.

González, particularmente, era todo un caso en la bohemia de principios de siglo. Plath dice que, a la sazón, había convertido el primer local de la tradicional cantina El Quita Penas, junto al cementerio, en uno de sus lugares favoritos tras llegar a Santiago. Con su vida convertida en un sempiterno andar nocturno por distintas tascas, posadas y chicherías, partía periódicamente hasta Mapocho acompañado por Bórquez Solar buscando los locales que reinaban en el barrio de calles Puente y Mapocho, el mismo sector del Guatón Bar. Según detalles que aporta Daniel de la Vega en la revista “En Viaje” (“El alma en la taberna”, 1963), Bórquez Solar no simpatizaba mucho con el ambiente de esos antros; sin embargo, el primer poeta chilote y referente del modernismo en el país, quien había trabajado como profesor y coqueteaba también con la política, iba de todos modos hasta allá sólo para escoltar al sufrido y necesitado González, de cuya presencia disfrutaba bastante. De la Vega describe también aquellos encuentros, especialmente en sus visitas al bar Los Canarios. Decía de los arrebatos de Bórquez Solar ante su amigo: “Apoyado en un bastón hablaba a gritos de la inmortalidad que les esperaba, pero González no le escuchaba. Cabizbajo, sumido en su embriaguez interminable, era capaz de resistir que le leyeran un editorial de ‘El Ferrocarril’”. Víctima de su propio estilo de vida, sin embargo, el vaso sucio del poeta maldito González dejaría de ser servido en 1903, cuando su deteriorado organismo se rindió al destino inexorable del ebrio, destruido por su alcoholismo.

La Estación del Mercado, parada e inicio de los recorridos de tranvías en la Plaza Venezuela, enfrente de donde estaba el Guatón Bar y a un costado del Mercado Central. Fuente imagen: sitio Amigos del Tren (Colección de Ladislao Monasterio).

Otros bares antiguos vecinos al Guatón, en la misma manzana del sector calle Puente llegando a Mapocho, hacia 1910-1915. se ubican enfrente de donde está la popular cantina La Piojera, en la entrada de calle Aillavilú y Gabriel de Avilés, y se observa el caserón que había pertenecido en tiempos coloniales al corregidor Luis Manuel de Zañartu, razón por la que la calle se llamó con su apellido por largo tiempo. Publicada en sitio "Fotografía Patrimonial" del Museo Histórico Nacional.

Cartel de presentación del Guatón Bar, por el costado norte del Hotel Términus. Imagen publicada por la revista "Sucesos" en agosto de 1914.

El trágico poeta Pedro Antonio González, quien solía frecuentar aquellos boliches del borde de barrio Mapocho, en su época más oscura y sumida en el vicio de Baco.

No es de extrañar, entonces, que todos los locales de esa clase fueran visitados o bien sirviesen de verdaderos seminarios para importantes figuras del mundo del espectáculo clásico, sean artistas de escenarios decadentes o de teatros consagrados. Llegó a tocar hasta el Guatón Bar, de este modo, el admirado Ciego Aravena, entonando canciones con títulos tales como “Remolienda de las aves”. Todo indica que atraía a otros artistas e intelectuales ya en esos años, no sólo al público. El dato es consignado, entre otros, por Pereira Salas. Y, explorando un poco más sobre su vida, se sabe que el mítico Julio Aravena fue un magnífico cantor de décimas y ritmos criollos, que paseaba sus artes musicales por diferentes boliches de la época, algunos de bastante reputación. Eximio músico y admirado pianista, era oriundo de Angol y fue autor de uno de los primeros dramas líricos de los que se tenga noticia en la escena chilena, de acuerdo a otra mención que hace también Pereira Salas sobre su escasamente recordada existencia. En “Historia social de la música popular en Chile, 1890-1950”, en tanto, González Rodríguez y Rolle reproducen también la portada de las partituras de la tonada “El paseo en carreta”, transcrita por Aravena y presentadas hacia 1910.

En viejas fotografías de la ribera del barrio junto al Mercado Central se puede observar un área construida en la margen del río antes de las expropiaciones y demoliciones de fines de los años veinte, que abrieron parte de la Plaza Venezuela y a la avenida Balmaceda en el sector donde estuvieron los bares mencionados. Esto era casi enfrente del grupo de tranvías de la punta de rieles y de la caseta terminal del ferrocarril urbano, el sitio en donde debió estar el Guatón Bar.

Un volante hecho hacia 1910-1912, impreso a color y republicado en “Chile. Marca registrada” por Pedro Álvarez Caselli, proporciona más de una pista sobre las características generales del antiguo boliche: debió ser uno de los típicos de aquel vecindario y tiempo, sirviendo también como tienda de ventas para el señor Valenti, pues ofrecía sus cigarrillos, licores, fiambres de “variación selecta” y prometiendo “espléndida atención”. Su descrita proximidad al centro tranviario, los mercados y los nudos viales del barrio ribereño, además, facilitaba el que se estimara al Guatón Bar como punto de encuentro.

Otro aspecto verificable en el impreso es relativo a la mascota publicitaria del establecimiento: un personaje gordito con aspecto de simpático y mirada ladina, aunque no tenemos seguridad de que correspondiera a alguna caricatura del propio dueño. El personaje se repetiría para los cigarrillos, de modo que tiene ciertas características de imagen corporativa en los negocios de Valenti.

Tampoco sabemos con exactitud si el Guatón Bar se relacionó o era el mismo local conocido por memorialistas como Luis Alberto Baeza con el nombre de Los Guatones, próximo a la estación de trenes. Sí se sabe bien que todo el frente de estas cuadras y la fachada del Mercado Central, acabaron demolidas en la remodelación vial y urbanística de 1927-1928, para abrir la conectividad y continuidad de Ismael Valdés Vergara con la ex calle Sama, hoy General Mackenna, extendiendo encima también a la avenida Presidente Balmaceda. El inicio de la antigua avenida del Mapocho, entonces, quedó más al poniente y como un apéndice, enfrente del Parque Centenario, hoy De los Reyes. La canalización del Mapocho y los cambios viales habían ido reduciendo su tramo inicial hasta dejarlo así, y a estas alteraciones se sumaron, además, otras de carácter comercial y urbanístico, tras haber agregado al paisaje la Estación Mapocho que había sido puesta en plenos servicios hacia 1912.

Es claro que el curioso bar de la caricatura rolliza desapareció de allí con la misma época a la que pertenecía, cuando los vientos renovadores de progreso alcanzaron a todas estas cuadras capitalinas del mercado y comenzó otra importante edad urbana, una más audaz y enérgica, con nuevos nombres y nuevas aventuras de correrías varias. Sólo quedó un recuerdo vago del boliche, en consecuencia; etéreo quizá, del que Rodrigo Alvarado Moore, en “Los caminos del vino”, concluyó que “si esta ciudad cuidara sus instituciones culturales, debería estar vivito y coleando el ‘Guatón Bar’, del barrio Mapocho”.

La historia del Guatón Bar en Mapocho acabó a inicios de agosto de 1914, cuando un incendio arrasó con el Hotel Términus y buena parte del restaurante. El sector en donde estuvo la obesidad de aquella cantina se convertiría en la pequeña manzana ocupada poco después por el edificio del Excélsior Hotel, de don José García y luego de la sociedad Zolezzi Hermanos, hasta cuyo zócalo y bajos llegaría otra generación de bares y restaurantes populares como el Sansón, atrayendo clientes del mismo mercado y pasajeros de los ferrocarriles. Este suntuoso hotel con torreón y cúpula que apareció como locación del filme “Largo Viaje” (interior y exterior, pero ya en decadencia), se ubicaba en donde hoy está el acceso de la Estación Metro Calicanto de calle Puente legando a Ismael Valdés Vergara, enfrente de la recreativa calle Aillavilú.

A la sazón, una nueva etapa de vida en la ciudad había comenzado a arrancar las páginas de los calendarios: tiempos de holgura y de debacle salitrera, de guerras mundiales, de renovación total del espectáculo, de una sociedad intensamente agitada y de una diversión santiaguina buscando ir a la par de la que existía en las grandes capitales del mundo, con luminosos y magros resultados en el camino. La época a la que habían pertenecido el Guatón Bar y otros establecimientos riberanos de su misma camada generacional, entonces, pasaba a ser sólo un tierno pero prescindible recuerdo más de la capital chilena.

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